Se dice que a inicios del siglo XX, dos osados estudiantes españoles, tras conocer la historia acerca de la existencia de las llamadas "Chinkanas" en el Cuzco - una serie de misteriosos túneles que fueron construidos por los incas y que conectarían la fortaleza de Sacsayhuamán (una monumental construcción pétrea que domina la ciudad) con la Catedral del Cuzco (donde se encontraba originalmente el Palacio de Pachacutec) así como con el Templo de Santo Domingo (otrora el mítico Koricancha) - decidieron explorarlos a pesar de los peligros que podrían encontrar en su camino. Se afirma incluso que estos inexplorados corredores subterráneos llegan a sitios tan lejanos como el lago Titicaca (lugar de origen de los incas) donde tras la caída del Imperio, se ocultaron fabulosos tesoros procedentes de sus templos y palacios, para evitar que cayeran en manos de los españoles. Es así, que animados por el deseo de descifrar el misterio, se arriesgaron finalmente a ingresar a ella por la llamada "Chinkana grande", situada en las inmediaciones de Sacsayhuamán, cerca al lugar denominado como el "Rodadero". Equipados con cuerdas, ganchos y velas se prepararon por la posibilidad de encontrar trampas camufladas en la oscuridad colocadas por los incas para proteger sus secretos. Pasaron muchos meses sin que se supiera nada de ellos y se pensó inclusive que habían muerto, cuando en plena celebración de una misa en la iglesia de Santo Domingo, se escucho el golpe claro de un objeto macizo en las paredes de la iglesia. Al haber interrumpido la misa, los asistentes identificaron su procedencia, que al parecer venía de atrás de una pared recientemente levantada hace poco, cuando lograron romper el muro vieron una caverna que se perdía en la oscuridad y a un anciano con una barba desgreñada, quien murió a los pocos mineros de haber sido encontrado, pero cuál sería la sorpresa al identificarlo y ver que ese anciano era nada menos que uno de los jóvenes aventureros que meses antes habían osado desvelar los misterios del mundo subterráneo, y la sorpresa se volvió asombro cuando en una mano sujetaba firmemente un choclo (mazorca) de oro macizo, el cual termino fundido por los dominicos, quienes elaboraron dos coronas con incrustaciones para la Virgen y el Niño, “pero que luego fueron escondidas para no despertar la ambición de los buscadores de tesoros” confesó el Prior de la Orden. A pesar de esta trágica experiencia, ellos no fueron los primeros, ya que se sabe que desde el comienzo mismo de la conquista hubo quienes se animaron a ingresar por distintas cuevas y pasajes secretos esperanzados en encontrar tesoros fabulosos, pero nunca mas se supo de ellos, ya que los nativos decían que “todo aquel que profane el mundo secreto de los incas, no volverá vivo o cuerdo”. Al respecto, varios cronistas nos dejaron saber sus testimonios acerca de la existencia de esos inexplorados corredores subterráneos: Agnelio Oliva (1542-1572): Padre jesuita nos relata: “Huayna Cápac construyo nuevos, y grandes edificios y a él es atribuida la construcción del laberinto subterráneo que llaman Chinkana, un laberinto del cual había muchas salidas a los caminos de fronteras, puentes, fortalezas y otros edificios”. Fray Martín de Morua (1590): Padre mercedario relata: “el capitán Ausi Topa, hijo del famoso Topa Inca Yupanqui, por mandato de su padre, hizo un camino debajo de la tierra en la fortaleza de esta ciudad del Cuzco hasta el Qoricancha que era donde ellos tenían el templo y oratorio del sol y de la luna y de todas las demás deidades que ellos adoraban. Porque entrando se pierden y no pueden dar con el camino. El Inca mando cerrar para que nadie entrase, no vaya a ser que entren y perezcan” Garcilaso de la Vega (Comentarios Reales de los Incas, 1609) explica: “Es una red de pasajes subterráneos, tan largo como las propias torres y estaban todos conectados. El sistema era compuesto de calles y alamedas partiendo en todas las direcciones, todas con puertas idénticas. Era tan complicado que ni siquiera los más valerosos se aventuraban a entrar en el laberinto sin una guía de orientación que consistía en un rollo de cuerda o soga gruesa atado a la puerta de entrada para ser desenrollado a medida que se fuese avanzando por los túneles. Cuando niño acostumbraba a ir hasta el fuerte con los chicos de mi edad, pero no nos atrevíamos a ir muy lejos, permaneciendo siempre en lugares donde hubiese la luz del sol, pues teníamos mucho miedo de perdernos, después de oír todas las historias que los indios nos contaban sobre el lugar…” “Algunos de los túneles llegaban al Cuzco, a tres kilómetros de distancia, comunicando Sacsayhuaman con el Qoricancha y otros edificios. Otros túneles se adentraban hacia el mismo corazón de los Andes, sin saber a dónde conducían exactamente.” Antonio de la Calancha (1635): “Los Incas construyeron un camino por debajo de tierra de más de diez cuadras, todo labrado que comunicaba dicha fortaleza con el Templo del Sol. A éste subterráneo lo llamaban ‘la Chinkana’ que es lo mismo que decir, donde se pierden o se esconden o laberinto”. En los últimos tiempos, para prevenir que ocurrieran similares percances, se procedió a tapiar con pesadas rocas la entrada del túnel de la llamada "Chinkana grande"; pero dado el hecho de que muchas de estas entradas se hallan en donde hoy se levantan los templos católicos, es de suponer que habrá quienes intenten averiguar adonde conducen, ya que no se sabe en realidad donde terminan y que esconden en su interior. No es de extrañar por ello que de tiempo en tiempo, circulen en el Cuzco relatos acerca de turistas desaparecidos para siempre, tras ingresar y luego no salir jamás de esos enigmáticos túneles, atraídos por el deseo de alguna aventura, o simplemente para hacerse ricos.