Pocos lugares del Perú, como éste en Cajamarca, tienen la fuerza y el indecible aire de misterio que domina a Cumbemayo (ubicado a 3.500 m.s.n.m.). Se trata de un lugar donde uno deja volar su imaginación y busca formas, rastros e historias entre las inmensas rocas que dominan el paisaje. En el lugar existe un acueducto de unos 8 km de longitud, que se cree que fue levantado por una civilización anterior a los incas, llamada Caxamarca, alrededor del año 1.500 a.C. cuya función era drenar el agua de la nieve derretida de las colinas y juntar el agua de las precipitaciones conduciéndola hasta las ciudades de los valles áridos en la zona del océano Pacífico. El canal fue labrado en roca viva y recorre las praderas zigzagueando y torciendo repentinamente para controlar la velocidad del agua. En quechua, Humpi Mayo significa “canal estrecho”. Enigmáticos petroglifos decoran el canal y las cuevas. Muchos investigadores piensan que esta construcción pudo haber tenido una función ceremonial o religiosa, como existen otros en el Perú. Sin embargo, este inmenso bosque de piedras guarda un oscuro secreto acerca de su origen. Cuenta la historia que hace miles de años vivían en la zona una comunidad de gentiles, que se hacían llamar los Cumbes, quienes según afirmaban, nacieron cuando las luces de los relámpagos eran tan intensos y deslumbrantes que transformaron la tierra y el agua de la lluvia en vigorosos seres vivientes, tan fuertes como las propias rocas de las montañas y tan nobles y sabios como la luz que les vio nacer, quienes con la ayuda del Sol, construyeron en las cumbres un hermoso pueblo, donde sus animales y plantas crecían y se multiplicaban con una vitalidad incomparable, ya que el agua que caía del cielo era la mas fecunda ya que al discurrir por el suelo, llevaba la vida misma, esparciendo las semillas, que ávidamente buscaban transformarse en plantas lozanas y agradables para su consumo. El agua constituya la propia fuente de su existencia y era venerada en tal forma que nadie debía desperdiciar una gota de ella. El alegre y decidido trabajo de sus habitantes permitió la construcción de extensos canales de regadío, por donde el agua transcurría de forma pura y cristalina. Los canales corrían a lo largo de campos y caminos, llevando generosamente la vida a todos los rincones de la Tierra. Grandes templos y enormes palacios abrieron luego sus puertas para que los hombres pudieran beber ese líquido sagrado y vital. Era un pueblo inmensamente feliz, a manera de un mirador desde el cual podía observarse el distante azul de mar y el inmenso verdor de la selva. Pero un día llegaron unos hombres extraños y desconocidos, ansiosos de acumular para si la abundante riqueza que hasta ese entonces era patrimonio de todos, obligando a trabajar para ellos a hombres, mujeres y niños, saqueando sus palacios y desperdiciando el agua de los manantiales ya que no los veneraban, exigiendo en cambio que adorasen a un nuevo Dios. Eran sacerdotes y se comportaron de la peor manera. Cansado el Sol del poco cariño y el mal uso que se le daba al agua, así como del trato que daban a los nativos, sin aguantar más su ira, los convirtió en enormes y retorcidas columnas de piedra conocidas hoy con el nombre de ‘Frailones de Cumbemayo’, para que pasasen la eternidad pensando en el mal que habían causado. Quien visita el lugar no puede sino asombrarse de lo que ve.