Ante el asombro de propios y extraños, en la nave central de la basílica Catedral de la ciudad de Arequipa se encuentra nada menos que una imagen del demonio, la cual tiene forma humana pero a su vez posee cuernos, alas y una cola de serpiente que se enrosca en la base del púlpito ubicado al costado derecho de la nave central de la citada iglesia. Su tamaño así como la expresión de su rostro estremecen a cualquiera que por primera vez observa la escultura, es por ello válido preguntarse ¿por qué colocar la imagen del demonio dentro de una iglesia? ¿Cuál es el mensaje o cuál la advertencia? Toda esta simbología representa no una adoración asolapada del demonio sino la demostración constante del triunfo del bien o la fe sobre el mal. ¿Por qué un diablo dentro de una iglesia? Para el periodista e investigador de la historia religiosa de Arequipa, Dante Zegarra López, toda esta simbología representa no una adoración asolapada del demonio sino la demostración constante del triunfo del bien o la fe sobre el mal. Similar conclusión tiene el experto en derecho canónico de la Pontifica Universidad Católica del Perú (PUCP), Carlos Ramos, quien asegura que en general, la representación del diablo en el interior de las iglesias supone el símbolo del demonio caído o el ángel caído y derrotado por la gracia o el poder de la divinidad. Esta pieza de estilo neogótico fue tallada por el escultor Charles Buisine-Rigot y traída desde Francia en 1879. Como podéis imaginar, esta imagen es una de las preferidas de los visitantes a la Catedral. El demonio también observa otra de las maravillas de la Basílica: el monumental órgano Loret, instalado en 1854. Este instrumento de viento tiene más de doce metros de altura y está compuesto por 1.206 tubos que producen un sonido majestuoso cada vez que es tocado en las misas y celebraciones. En cuanto al origen de la figura demoníaca, cuenta Zegarra que el bello púlpito donde esta tallado, fue un obsequio de una dama arequipeña del siglo XIX llamada Javiera Lizárraga viuda de Álvarez Comparet. Ella dejó su casa como legado para que sea vendida y, luego, con ese capital se mandase a construir un nuevo púlpito para el templo principal, que había quedado gravemente dañado luego de un incendio en 1844. La herencia de Javiera Lizárraga permitió juntar unos 6.000 pesos de la época, un fondo nada despreciable. Sin embargo, hubo dificultades para encontrar a alguien que pudiera erigir la obra. Zegarra refiere que en las actas del Cabildo Eclesiástico del 6 de febrero de 1877 se menciona que se buscó, sin éxito, en Lima, Cuzco y Arequipa a un artista que pudiera construir el púlpito. Debido a este impase, se le pidió a Juan Mariano de Goyeneche y Gamio, ministro plenipotenciario del Perú en Francia, que contratara a algún maestro europeo. El diplomático encargó el trabajo a los talleres de Buisine-Rigot, en la ciudad francesa de Lille. De este estudio han salido otras piezas como los púlpitos de las iglesias de Santa Caterina, San Mauricio y San Etien, en Lille. El púlpito llegó, finalmente, vía marítima a Arequipa el 16 de diciembre de 1879. Estaba desarmado en 15 cajas y tuvo que ser ensamblado, pieza por pieza, el diablo incluido, por un equipo de especialistas de acuerdo a los planos originales. La estructura, además de la base diabólica, tiene tallados en alto relieve a algunos de los padres de la Iglesia Católica (San Agustín, Santo Domingo) y alegorías de los cuatro evangelistas. Estos detalles están coronados por seis gárgolas que le dan un rasgo único a esta pieza de fina madera. En la actualidad, el púlpito ya no es utilizado en las misas. A partir de la década de 1980, los equipos de amplificación electrónica y los micrófonos dieron paso a una nueva forma de transmitir los sermones. Desde entonces en la catedral, Lucifer cumple ahora solo una función ornamental, pero tratándose de quien se trata, uno no puede fiarse del Maligno y al respecto, se cuentan muchas historias suyas de los cuales nos ocuparemos en otra ocasión. ¿vale?