martes, 31 de octubre de 2023
LOS SECRETOS DEL T´ANTA WAWA: Ofrendas para los muertos
Se trata de un vocablo indígena que se puede traducir al español como “niño hecho de pan”. Los turistas que visitan los pueblos andinos encuentran estos panes dulces hechos de forma artesanal en abundancia durante los primeros días de noviembre, ya que se acostumbra consumirlos en el Día de los Muertos, llevándolo a los cementerios como ofrendas a los que partieron. En efecto, los t’anta wawas fueron originalmente un regalo para los niños que habían muerto. Mientras las tumbas de las niñas recibían el pan en forma de bebé, los destinados a las tumbas de los niños tenían forma de llamas.Posteriormente se extendió al resro de sus seres queridos. Esta práctica de honrar a las familias en sus tumbas, trayendo su comida y bebida favorita para ellos se remonta a la época precolombina y continúa cada 1 de noviembre. En un paseo por los mercados cuzqueños por esa fecha, se puede descubrir la infinita variedad de diseños de t’anta Wawas que existen. Aunque los cuzqueños lo saborean desde hace siglos - el Inca Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales de los Incas, ya explicaba que los panes de maíz eran parte de sus celebraciones y se llamaba “tanta” al pan común - es interesante conocer como se inició esta costumbre. Como sabéis, el brindar ofrendas a los muertos es antiquísima. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, se solían depositar panes y levadura en las tumbas de algunos faraones. El pan servía como una ofrenda de honra y respeto. En el Antiguo Perú, la situación era un tanto distinta. En los funerales Incaicos las ofrendas consistían en frejoles, frutas, guisados y hojas de coca. Lógicamente, si bien los Incas horneaban pan, hechos a base de maíz, no existe evidencia que lo consumieran durante un funeral, ni que lo dejaran como ofrenda a sus difuntos, como comenzó a partir del dominio español en el siglo XVI. De todas formas, los Incas, como otras culturas antiguas, mantuvieron la creencia de honrar a sus muertos. Ellos sabían bien que, de no hacerlo, se creaba una enemistad o distancia entre vivos y muertos, la cual ocasionaba según creían, grandes repercusiones, como sequías, plagas, hambrunas, mala fortuna, maldiciones y demás. “Los indios eran muy agoreros” anotaron los cronistas acerca de sus costumbres y supersticiones. Los españoles, por su parte, también tenían un día especial para honrar a sus muertos. Lo hacían, de acuerdo a la fe cristiana, el 1 de noviembre de cada año, el cual denominaban como El día de Todos los Santos, donde se honraba a los muertos (aunque la costumbre apareció en Europa alrededor del año 373 DC, el Papa Gregorio III instituyó oficialmente esta celebración en el año 731 DC). Con la Conquista del Perú, se produjo un sincretismo o fusión cultural, donde los indios siguieron adorando de forma encubierta a sus ídolos paganos “reconvertidos” en vírgenes y santos, tal como sucedió por ejemplo con Pachacámac, “metamorfoseado” en el Señor de los Milagros, como detallamos hace algunas semanas. Por ese motivo es que a partir de 1535, cuando fueron adoctrinados por los sacerdotes para convertirse al catolicismo - a través de la persuasión y casi siempre por la fuerza – estos se resignaron a honrar a sus muertos el 1 de noviembre, adaptándolo a sus costumbres y tradiciones. Es así como entre los años 1570 y 1650 se empezaron a hornear panes dulces en forma de bebé para la festividad del Día de los Muertos. Esta costumbre apareció en los pueblos andinos, mayormente en el Cuzco. Los investigadores aseguran que entonces se inició el rito popular de “bautizar” a los t´anta Wawas. Para entonces, los curas obligaban a los indígenas a bautizar a sus recién nacidos. Estos, que desconfiaban de los sacerdotes, acostumbraron orquestar una parodia de bautizo durante el 1 de noviembre. Un indio se disfrazaba de cura y “bautizaba” a los t’anta wawas en los mercados y en las numerosas plazas de cada pueblo. Aunque esta tradición se celebraba entre bromas y carcajadas, era una manera sútil de burlarse de los curas y un tácito acto de rebelión ante los españoles. Lo hacían por orgullo propio y para reafirmar su identidad indígena. Dicha actitud también se manifestaba en la decoración de los t’anta wawa. Nótese que la mayoría de estos panes son decorados con vestimenta indígena. De una forma u otra, luego de “bautizados”, la población acababa por devorarlos. Si bien la costumbre del “bautizo” aún se practica, no es tan frecuente como antaño. Actualmente para ese día, los panaderos andinos se esmeran en confeccionar t’anta wawas con los más variados diseños, formas y colores. Otras comunidades indígenas realizan exhibiciones y concursos, y también se aventuran a hornear t’anta Wawas de más de 12 metros de largo. Por cierto, estos panes son tradicionales no solo en el Cuzco, sino también en otras ciudades andinas del Perú , como Puno, Huancavelica, Huancayo y Ayacucho. Asimismo, son usadas como fetiches en ritos de curación de enfermedades psicosomáticas como el “animu qarkusqa” (pérdida del ánimo) para lo cual el t´anta wawa se elabora usando ropas del enfermo... De que sea o no efectivo, vaya uno a saber.