martes, 12 de diciembre de 2023
SHAPSHICO: Un demonio de repulsiva apariencia y oscuras intenciones
La inmensidad de la selva amazónica esconde muchos secretos, desde ciudades perdidas hasta criaturas monstruosas. Uno de esos seres es el Shapshico, un temible demonio de repulsiva apariencia y que guarda un odio infinito hacia los humanos. De pequeño tamaño, color verduzco, orejas puntiagudas, protuberante nariz, ojos pequeños y enormes colmillos, suele esconderse en la espesura del bosque listo para atacar a sus presas. Convive con la fauna, y se manifiesta para poder cometer fechorías, sin distinguir a sus víctimas, provocando espasmos, vómitos y desmayos, solo con su presencia, a fin de poder robar, ultrajar y hasta matar seres vivos, (desde animales a niños pequeños), que habitan en alejados poblados ubicados en el interior de la selva. Durante la época de la conquista española representó un nefasto peligro para los primeros colonos que no tenían idea de su existencia. Sin embargo, este demonio es sumamente vulnerable ya que su nauseabundo olor advierte a los perros de su presencia, por lo cual fue objeto de intensas cacerías, por lo que hoy en día se le considera casi extinto. Pero de que aún quedan un cierto número de ellos, puede comprobarse con las noticias acerca de sus maldades que siguen sucediéndose en diversas zonas del Amazonas, desde Loreto hasta Ucayali, según da cuenta la prensa local. Uno de esos casos ocurrió en Pucallpillo - un pueblo alejado de la ciudad de Pucallpa - donde un nativo llamado Eulogio y sus dos sobrinos se dedicaban a hacer carbón para mantener a su familia. Cierto día se adentraron en el bosque a buscar madera para su fabricación. Llevaron todo lo necesario para acampar, comida suficiente para lo que duraría la jornada, retrocarga, fósforos y sobre todo mucho tabaco, cuyo humo sirve para alejar a los malos espíritus que rondan en la selva. Habían puesto su campamento como a cincuenta metros de donde hicieron el horno para asar la madera. Luego de haber llenado todo se repartieron las tareas, Eulogio haría la comida mientras sus dos sobrinos irían siempre a revisar el horno para que no haya algún orificio en el por qué si entraba oxigeno dentro se podía quemar todo la madera hasta hacerse cenizas. También aprovechó para advertir a sus sobrinos, Pablo y Mario, sobre los Tunches y Shapshicos que rondaban por ese bosque y que mucha gente se habían perdido ahí haciendo el mismo oficio que ellos, les dijo: “Muchachos no hagan caso a nadie de por aquí porque solo estamos nosotros. No se llamen gritando sus nombres porque cuentan que por aquí hay Shapshicos que roba a la gente que entra a sus tierras, puede transformarse en cualquiera de nosotros y engañarlos, llámense silbando, tengan mucho cuidado”, fue la advertencia que hizo a sus sobrinos. Uno de esos días como ya era de costumbre, Pablo el mayor de los sobrinos se levantó muy temprano, a las cinco de la mañana para despertar a su hermano Mario e irse a revisar el horno, pero Mario como era su menor y el más miedoso no quiso ir y prefirió seguir durmiendo. Por lo que Pablo fue solo. Estando en la trocha en dirección hacia el horno, escuchó la voz de un hombre que le llamaba por su nombre, como era de madrugada todavía había sombras en la selva, no pudo verlo bien y se acercó, vio que era su tío Eulogio. “¿Tío?” Preguntó sin malicia. Si, le contesto él, ¿A dónde vas? “Estoy yendo a revisar el horno como quedamos, pero tío yo te deje en tu cama, ¿tan rápido llegaste hasta aquí?” Sí, me vine por otro lado. Mira ve hijo, estas yendo por mal camino, por allá no está el horno, si no por aquí. Pablo sin malicia alguna comenzó a seguirle. Caminaba como a dos metros detrás del hombre solo mirando su espalda. Luego de largo tiempo caminando, su “tío” le dijo: Hijo, espérame aquí, no tardo. Y se fue dejándolo ahí. El muchacho lo espero más de media hora y decidió regresar al campamento, pero ya no veía la trocha por donde siguió al “tío”, todo se veía monte y sin camino. Se asustó, busco el camino de regreso pero no había señal alguna. Eran las diez de la mañana y Pablo no volvía. Eulogio estaba preocupado por él y decidió ir a buscarlo con su sobrino Mario. Agarro su machete y su linterna, y partieron. No lo encontraron donde estaban los hornos, su tío le llamaba mediante unos silbidos peculiares como la de algún pájaro y Pablo no respondía. La preocupación de Eulogio se hacía cada vez más evidente. Decidieron entrar en lo profundo de la selva aprovechando el día, porque en la noche sería dificultosa la búsqueda y tal vez nunca lo encontrarían. Luego de estar más de una hora buscándolo, dieron con él. Estaba a dos kilómetros de su campamento. Pablo se hallaba asustado, quizás esperando la noche, sin moverse, como ido, sin espíritu, cubierto por la sombra de un árbol, abrazado a un palo sosteniendo su machete, triste y desorientado. Al ver a su tío y a su hermano que se acercaban a él, dudó; pero su tío Eulogio lo abrazó y le dijo: Hijito, te hemos estado buscando por horas, caminaste mucho, estamos lejos del campamento. Volvamos hijo, volvamos a casa. Los tres volvieron sanos y salvos. Pablo le conto su experiencia con el demonio y decidieron nunca más ir por esa zona de la selva. Si no le hizo nada fue por el machete que portaba, caso contrario no se hubiese tenido más noticias de él.