martes, 20 de agosto de 2024
MÓNICA: Un alma condenada a vagar por toda la eternidad
En el Perú, existe una diversidad de leyendas urbanas que trascienden de generación en generación. Incluso, cada región del país cuenta con la suya, distinguida por ciertas particularidades. Tal es el caso de Arequipa y su historia de terror de Mónica, la ‘condenada’. Esta leyenda es la más conocida en Arequipa. Incluso se hizo una película hace muchos años. Según esta historia un joven motociclista llamado Bernardo que salía a divertirse o pasear por la ciudad con su moto y regresaba en horas de la madrugada a su casa y al tomar la ruta que daba con el cementerio de la ciudad, en el camino y a varios metros, observó a una mujer con vestido blanco. Ambos se saludaron y Bernardo vio una mirada angelical, una mujer atractiva de rasgos finos y con una figura llamativa. Aún sin saber sus nombres, ella le pidió ayuda para llegar a su casa. Él, por el horario y en una muestra de caballerosidad, no se negó y le pidió que suba atrás. Además, le preguntó qué pasó y por qué estaba tan tarde en la calle. Ella subió, pero no le dijo el motivo. “Gracias por ofrecerme tu ayuda. Ahora no importa los motivos de haberme quedado hasta estas horas… solo llévame a mi casa ¡Es urgente! Mi madre me matará, porque solo me dio permiso hasta las doce de la noche”, dijo la chica. Subió a la moto y empezaron a conocerse antes de avanzar. Ella preguntó por el nombre del chico y al escucharlo le dijo: “Bonito nombre, yo me llamo Mónica”, mientras sonreía y le tocaba la mano derecha. Bernardo sintió el tacto de la mujer y se sorprendió por lo fría que estaba. “Pareces un cadáver”, le dijo él, al mismo tiempo que le ofrecía su casaca de cuero. A los minutos llegaron a la casa de Mónica. Ella bajó e intentó devolverle la casaca a Bernardo, pero él dijo que no. “Me sentiré culpable si te resfrías. No te preocupes, mañana regreso por ella. La muchacha aceptó y le dio un beso en la mejilla para despedirse. Ansioso e ilusionado por verla otra vez. El joven esperó el día siguiente y antes del mediodía fue a la casa de Mónica para recoger su casaca y, tal vez, entablar una nueva conversación. Tocó la puerta y la atendió una señora mayor por la ventana. “Si joven, ¿Qué desea?”, preguntó la mujer enérgicamente. Bernardo respondió que venía a buscar a Mónica, pero se quedó pasmado con la respuesta. “¿Qué? Aquí no vive ninguna Mónica. Ya no vive en esta casa, hace mucho tiempo que murió en un accidente”, dijo la mujer de avanzada edad. El motociclista estaba pasmado y solo respondió: “Señora, lo que me dice no puede ser cierto. Ayer cuando la encontré solitaria y fría en la avenida, le presté mi casaca” dijo Bernardo. “Usted mismo lo ha dicho, ella traía el cuerpo frío. No pierda la esperanza, su casaca la encontrará en el cementerio, en el pabellón Benedicto XIII, número 14 16 y el saludo usted mismo se lo dará. Le garantizo que esta noche a la misma hora la podrá ver en la puerta del cementerio, siempre estará con su vestido blanco y su mirada angelical”, sentenció la mujer - que sin duda era bruja - y cerró la ventana. Bernardo quiso quitarse las dudas y fue al Cementerio General de la Apacheta. Tal cual como se lo describieron, su casaca estaba en ese pabellón. Además, verificó el nombre de la muchacha en el nicho, que estaba acompañado de la foto de Mónica, tal cual como la había visto la noche anterior. Lleno de escalofríos, el joven salió en su moto del cementerio sin dirección alguna. Según cuentan, terminó despertando aturdido en el Hospital General varias horas más tarde. Luego de varios días, desde la ventana de un quinto piso vio a Mónica entre las plantas y árboles, por lo que decidió salir por la ventana para hablar con ella y terminó matándose al caer desde esa altura. Para los médicos fue suicidio, y así apareció en su certificado de defunción. Ahora bien ¿quién fue la tal Mónica en realidad y como dio origen a la leyenda? Según relatan, habría sido una joven que propiciaba constantes maltratos a su madre. En una de las tantas brutales golpizas que le propiciaba, hizo que su progenitora la maldijera. De esta manera Mónica culminó su vida unos años más tarde cuando una tormentosa y apasionada relación la llevaron a encontrar la muerte. Fue enterrada en el cementerio de “La Apacheta” y luego de tres meses de fallecida, su madre se percató de que la mano de su hija sobresalía de la tumba, mandando a que, nuevamente, la enterraran por encima; lo cual resultó inútil porque a los tres meses, volvió a suceder lo mismo. La mujer, preocupada por el suceso constante, decidió llamar a un sacerdote para que observara el caso de Mónica, el cual bendijo la mano y esta no volvió a sobresalir por encima de la tumba. Pero a los pocos años la gente que vivía en las inmediaciones del cementerio comenzó a divisar a una joven similar a la fallecida, de rostro cadavérico y vestida de blanco, vagabundeando a altas horas de la noche... Así nació la leyenda.