Vive en las montañas de Cajamarca una jauría de inmensos y temidos monstruos de los cuales se tienen las más diversas representaciones. Son conocidos como los oll-caihuas. Hay quienes los han descrito como seres con la cabeza similar a la de un perro o burro y con el cuerpo como de humano, pero extremadamente delgado, aparentando una severa desnutrición. Otros afirman que son como hombres del ombligo para abajo y como perros en su parte superior. Para otros informantes, se asemejan a pequeños burros con gran cráneo y orejas muy largas. Su cuerpo en todos los reportes es peludo y enjuto, con la apariencia del barro seco. Asimismo, los testigos coinciden en que su presencia es lastimera y melancólica. Lamentablemente, esto no es compatible con su modo de actuar, ya que son capaces de hacer mucho daño. Estas criaturas tienen la misión de castigar al pueblo si sus pobladores cometen faltas graves o si celebran de mala forma las fiestas en honor a los espíritus tutelares. Cuando un oll-caihuas percibe que algunos pobladores no realizaron con devoción la ceremonia, se sumerge en un estado de enorme tristeza. Comienza a llorar y a emitir fuertes lamentos. Eleva la mirada al cielo y sus lágrimas llaman a la lluvia, la que no tarda en aparecer. Entonces, sus atronadores bramidos provocan devastadores aluviones. El mismo engendro se lanza ladera abajo y avanza deslizándose entre las olas de barro y piedras, que terminan por arrasar al pueblo entero. Un oll-caihuas puede realizar esta proeza solamente una vez, ya que inevitablemente morirá durante el deslizamiento. Es posible encontrar su cuerpo inerte entre los restos destrozados del caserío arrasado, confundido con el barro, las piedras y los troncos arrancados de raíz. Nacido en Cajamarca, este mito se ha extendido en lugares de la costa y sierra del Perú, especialmente en aquellas zonas propensas a los deslizamientos producto de las intensas lluvias y la crecida de los ríos que se lleva todo a su paso, por lo que son muy temidos ya que en ocasiones han atacado a quienes huían de su castigo, siendo confundidos a primera vista como perros rabiosos de gran tamaño, pero al verlos en acción - esto es caminando en dos patas - uno percibe que no son lo que parecen. Son también muy escurridizos y suelen esquivar las pedradas que algunos pobladores logran arrojarles, huyendo a las montañas mas inaccesibles, desde donde vigilan a los humanos.