martes, 23 de marzo de 2021
AUQUI: El duende de las profundidades
Llamado también aukillo o jirca, se le suele confundir con el muqui y el chinchilico ya que al igual que ellos suele vivir en las minas, pero a diferencia de sus “parientes” este engendro se encuentra relacionado con los Apus, como se denomina a los cerros sagrados existentes a lo largo de la Cordillera de los Andes. Podría decirse que es un tipo de gnomo. Si en la mitología europea, estos son espíritus sabios y benéficos, en la peruana, en cambio, casi todos son malos. Tal vez esto se deba al proceso de colonización española en el Perú que estableció que todas las adoraciones que no fueran católicas eran demoníacas. El auqui es un viejo agresivo con los hombres, mientras que a las mujeres trata de llevárselas para hacerlas suyas, aunque en ocasiones ha recibido su merecido por parte de maridos ofendidos que sin miedo alguno recorrían los socavones hasta encontrarlo y darle de golpes hasta casi matarlo. Descrito a veces con los ojos rojos y dos cuernos sobresalientes, su cabeza está unida al tronco y su contextura es maciza, a pesar de parecer un anciano, pero no hay que dejar llevarse por las apariencias. Otra característica que los distingue de los otros duendes es acerca de su virilidad: se dice que su miembro es de grandes proporciones y su ardor sexual es intenso, por lo que hay lugares como en Sandia (Puno), donde se prohíbe a las mujeres ingresar a las minas por el miedo de ser violadas por este maligno ser. Ante todo, es mejor conocer sus orígenes y develémoslo poco a poco ¿vale? Originalmente el auqui es un ente del Uku Pacha, el mundo de abajo. Al respecto, el antropólogo Mircea Eliade nos dice: “introducirse en una zona reputada como sagrada e inviolable, perturba la vida subterránea y los espíritus que la rigen; se entra en contacto con una sacralidad…más profunda y también más peligrosa”. Los seres del Uku Pacha eran especies de demonios pero también había genios, fantasmas, hadas y duendes, el auqui es pariente de otros entes de las minas como el muqui y el chinchilico, así como criaturas del agua como los anchancho, los sirinos, los cohua y los machulas. Los cronistas ya hablan de estos seres malignos, como en “Extirpación de Idolatrías” (1621) donde dan cuenta de su presencia desde tiempos inmemoriales, según diversos testimonios recogidos de los indios. El hecho de que los yacimientos mineros estén tan alejados de los centros urbanos y que la creencia en los auquis, con distintos apelativos, esté extendida en todo el Perú virreinal indica que ya existía en la época incaica pero se fue transfigurando con la llegada de los españoles: aparece en los socavones de Bolivia (anchanchu), en Cerro de Pasco, Junín, Ayacucho, Cuzco, Apurímac, Cajamarca (muqui), Arequipa y Puno (chinchilico). Se fue convirtiendo en el dueño de las temibles minas, una figura que encarna, en su lado oscuro, la explotación y las condiciones miserables de la minería impuesta desde las mitas españolas como tributo obligatorio (cambiando el significado de nuestras mitas andinas), por ello el auqui se vuelve un supay transformándose a veces en un hombre blanco; es en estas épocas donde aparece con poncho de lana de vicuña, según Van Der Berg (“Diccionario religioso aymará”), algunos incluso lo describen vestido como si fuera soldado antiguo; ya en el siglo XX su vestimenta variará de acuerdo a la indumentaria de los mineros: botas de agua y linterna eléctrica. Las duras condiciones de trabajo en las minas están ligadas a la enfermedad, la muerte y la violación de la mujer como metáfora de la invasión producto de lo cual existió un mestizaje jerarquizado en un racismo clasista enquistado desde el siglo XVI hasta hoy. El auqui “violador” también por otro lado, el sincretismo religioso le confirió el poder de desaparecer a los niños no bautizados, inclusive se dice que los auquis son estos mismos niños ya transformados en el reino subterráneo; el mito tiene paralelismo con los duendes irlandeses y europeos. Pero el que pervive es el auqui de connotación violenta, el que puede asfixiar y matar con su aliento a los mineros, se dice también que es capaz de arrojar piedras e incluso antes de explotar un yacimiento con dinamita puede amarrar los pies de algún trabajador y dejarlo morir allí. Sus poderes más perjudiciales son las enfermedades y la locura, la enfermedad más conocida es el auquihuayra (viento del auqui) que produce granulaciones en la piel dejando paralizado al trabajador, la forma de curar es por el pongo del auqui; otra enfermedad es la kutincha por la cual se tiene vértigo, sonambulismo hasta que el enfermo empieza a “secarse” (adelgazando hasta la muerte), una vez más, solo un pacto y ofrendas con el auqui pueden reanimar al moribundo. Estos síntomas pueden ser, en la realidad, descripción de trastornos psicológicos causados por los terrores de estos trabajos así como la asfixia, los sarpullidos y demás son síntomas de envenenamiento físico. El miedo al auqui fue bien conocido al entrar ya al siglo XX: en varias minas famosas. Sin embargo, el duende mantuvo su lado benéfico ya que dado que es dueño de la mina más no de los minerales, puede guiar a algunos mineros a yacimientos de oro. Justamente otra historia del siglo pasado nos habla de un minero que se atrevió a entablar comunicación con el duendecillo que le dijo: “Si deseas tener riquezas y minerales, debes traerme ropa, comida y regalos, ¿aceptas?”, el minero acepto y trajo lo prometido, entonces el auqui golpeó con sus cuernos una roca de donde extrajo una veta de oro. De aquí surge la creencia de dejar siempre un plato de comida en un rincón de la mina y escuchar golpes que pueden ser producidos por los cuernos del duende, pero también surgen historias de temerarios que al intentar hacer un pacto para su beneficio personal fueron ahorcados o asesinados al interior de los socavones. Aparentemente, es el auqui el que escoge a la persona a quien beneficiar y a la que perjudicar; al día de hoy se siguen practicando costumbres de este tipo en las minas, antes de iniciar la apertura se le da ofrendas y adentro de la mina es común encontrar platos de comida en los rincones y a mineros con sus propias formas de ganarse el favor del duende, también ellos nos cuentan que es de mala suerte llevar mujeres a su lugar de trabajo. Estas creencias no están alejadas de otras concernientes a las construcciones de obras públicas y carreteras, al día de hoy escuchamos curiosas historias de sacrificios humanos (a veces se menciona a infortunados bebedores) bajo tal o cual obra así como de obras derruidas por obra de una maldición “por no haber dado ofrendas adecuadas a la madre tierra”. Se dice que en cada mito hay algo de verdad y para que muchos durante siglos crean en la existencia de estas criaturas, debe indicar que algo maligno se esconde bajo la superficie ¿no os parece?