martes, 16 de marzo de 2021
EL PODER DE LA AUTOFLAGELACIÓN: Entre el fanatismo y la fe
Cuando el escritor estadounidense Dan Brown publicó en el 2003 su novela El Código Da Vinci, no solo atrajo un gran número de lectores. Recopiló también una numerosa e importante lista de críticas, principalmente de la Iglesia Católica, que lo acusó directamente por tergiversar los aspectos centrales del cristianismo y la historia misma de la institución. La polémica, la censura y el debate continúan hasta el día de hoy, pero también las imágenes que nos dejó el libro de Brown, que más tarde sería llevado al cine por Ron Howard. Uno de los momentos más recordados por su crudeza es cuando Silas - el monje albino y devoto numerario del Opus Dei - comienza a autoflagelarse con ayuda de un cilicio y teniendo al frente de sí un crucifijo. La sangre y el dolor invaden la escena, dejando al espectador un único consuelo: que todo se trata de ficción. Pero hace unos días un candidato presidencial peruano ha desempolvado aquel momento dejándonos en claro que la realidad muchas veces supera a la ficción. Se trata de Rafael López Aliaga, quien durante una entrevista confesó que practica la autoflagelación desde hace 40 años (a los 16 se unió al Opus Dei) para tratar de reprimir sus deseos de la carne. Para ello usa el mismo instrumento que Silas: el cilicio. “No te lo voy a negar, pero es una práctica de unión, de amor a la pasión de Cristo. Cristo sufrió tanto que usar un cilicio no es doloroso. En mi caso ya tengo hasta callos, ya te imaginarás, 40 años... es una pequeña mortificación por Dios y por los hombres”, indicó el candidato ante la sorpresa del entrevistador. “Yo lo hago voluntariamente, a solas, 10 minutos, 20 minutos, para unirme a la cruz de Cristo. Es una práctica personalísima”, añadió, convencido. Aunque ahora su nombre hace referencia a un cinturón de puntiagudos pinchos metálicos que va atado al muslo o a otras partes del cuerpo con el fin de practicar la mortificación, el cilicio no tuvo siempre dicha definición. Su nombre deriva del latín cilicium, una capa hecha de pelo de cabra de Cilicia, una provincia romana del sureste de Asia Menor. Se solía cargar a manera de penitencia ya que era muy desagradable al contacto con el cuerpo. Aunque no se tiene una fecha exacta del comienzo de su uso, hay registro de que muchos cristianos la llevaron consigo en los primeros siglos. En la Edad Media, junto a otro tipo de penitencias, su uso se incrementaría y en la Edad Moderna tomaría su diseño actual. La transformación al cinturón de púas se debería a la interpretación de una porción de la Biblia. En Mateo 6:16 se menciona:”Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro para que tu ayuno sea visto no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Es así que el dolor debe provocarse en forma personal, sin que los otros “vean” la flagelación. Recientemente el especialista católico Gerardo Di Fazio publicó un artículo en el cual explica que el uso del cilicio (así como otras disciplinas) ha sido desaconsejado en los últimos años por la Iglesia Católica. Nuevas interpretaciones de lo que significa el amor al prójimo y a uno mismo argumentan tal posición; sin embargo, este tipo de mortificación continúa siendo utilizada por algunas agrupaciones ultraconservadoras de esta religión, una de ellas el Opus Dei. Al respecto, el sacerdote Michael Barrett, integrante del Opus Dei, explica que la autolesión con cilicio es usada por los miembros célibes de la institución. El religioso -quien rechaza lo mostrado en la cinta de Brown - asegura que la molestia que causa este instrumento es “poca cosa” y que “no produce sangre, ni heridas, ni nada que dañe a la salud personal o que resulte traumático. Si provocaran daño, la Iglesia no los permitiría”. Asegura también que las mortificaciones juegan un papel secundario en la vida de los miembros del Opus Dei. Si bien las mortificaciones han buscado ser justificadas dentro de los grupos ultraconservadores, lo cierto es que desde el punto de vista clínico, estas no hacen sino perjudicar la salud física y mental de quienes lo practican. Sobre ello, la psicoterapeuta y neuroeducadora Claudia Tassara refiere que “las personas suelen recurrir a ella para obtener un alivio del dolor psíquico. Muchos no saben gestionar sus emociones y usan este mecanismo para resolver los conflictos internos. Lo triste es que parece una droga adictiva y difícil de controlar porque se enfoca en el dolor causado por las lesiones y el dolor psicológico disminuye lo que causa el alivio del dolor emocional”. Por su parte, el psicoanalista Moisés Lemlij ubica a esta práctica como perteneciente al sector más extremo del cristianismo. “En cada religión, cultura, política siempre hay extremos. Están los que tienen una visión mucho más generosa con el prójimo y consigo mismo. Y en el otro lado, hay los que usan técnicas más brutales. No se trata con decir ‘soy cristiano’ sino de mencionar qué tipo de cristiano soy”, dice. Lemlij califica el uso del cilicio no como “un mérito” sino como “el triunfo de los aspectos que en psicoanálisis llamamos ‘destructivos de instinto o muerte’ como opuestos a los aspectos de amor y respeto a uno mismo y al otro”. Para el psicoanalista, con la autoflagelación se transforma el deseo del cuerpo a una acción agresiva. “Hay una mezcla de violencia y sexualidad”, indica. Por otro lado, Tassara menciona que hay diversos métodos alejados de las autolesiones que pueden ayudar al individuo a alejarse de los deseos que considere necesarios. Como ocurre cada cinco años, el debate político en medio de la carrera presidencial ha tomado tintes religiosos. Sin embargo, desde hace mucho un candidato no presentaba tan abiertamente sus convicciones religiosas y referenciaba sus posturas y promesas en torno a ellas, lo cual ha llamado mucho la atención ¿No os parece?