TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 27 de julio de 2021

VIRINGO: El guardián de los muertos

Sabemos que el perro tiene una larga tradición de amistad con el hombre, desde que este salió de las cavernas, donde ya los acompañaban. Fue entonces con el pasar de los siglos que el humano domesticó a este noble animal, por lo que la importancia de los canes fue creciendo y esos lazos se eternizarían mediante los rituales que muchas culturas les rendirían, e incluso trascenderían el mundo material, ya que fueron escogidos como fieles acompañantes hacia el otro mundo, y como por ejemplo encontramos a Anubis en el Panteón Egipcio, representado por un chacal. Según las hipótesis más conocidas sobre la población de canes en América, habrían alcanzado el continente junto con el hombre, cruzando el estrecho de Bering, hace varios miles de años. De acuerdo a las investigaciones realizadas, el perro peruano sin pelo llegó al país en el año 300 a.C. y gracias a unos trabajos arqueológicos realizados en 1987 fue encontrado en la tumba del Señor de Sipán, donde se descubrió el esqueleto de este animal. También han sido inmortalizados en diversas representaciones que aparecen en los ceramios de distintas culturas preincas, tales como Vicus, Mochica, Chancay, Sicán y Chimú, entre otras, lo que demuestra que ya era apreciado en aquellos tiempos. Fue en 1987, cuando el arqueólogo Walter Alva descubrió ‘Huaca Rajada’ (la tumba de un personaje moche importante a quien llamó el Señor de Sipán) y grande fue su sorpresa cuando encontró el cuerpo, rodeado de los esqueletos de ocho varones, dos mujeres… y un perro sin pelo. Según los estudiosos, este animal de color negro, participaba de las ceremonias dedicadas a la luna, ya que el color negro para ellos representaba la pureza. Asimismo, estos animales tenían un valor muy importante, porque al igual que en otras culturas eran considerados como guías que ayudan a cruzar a las almas hacia el otro mundo ya que custodiaba el camino al sagrado Hanan Pacha o mundo de los espíritus. Investigando sobre este tema encontramos la siguiente leyenda: “Un día, el dios Aiapaec (el degollador mochica) se encontraba muy aburrido de ver a las almas de los mortales deambular perdidas sin poder encontrar el camino hacia el mundo de los muertos, por lo que tomó un poco de las sombras y un poco de arena, formando con ello un animal, siendo este oscuro como las sombras del mundo de los muertos y a veces un poco claro como la arena. Al cual dio el nombre de Viringo (que significa “desnudo” en idioma muchik) y se lo entregó al hombre, para que sea su compañero incluso más allá de la muerte”. No es de extrañar por ello, que entre los Mochica, Chimú y Vicus, el perro sin pelo fuera un animal sagrado, y cada vez que moría un personaje importante también este era sacrificado para que le sirva de guía en el otro mundo, por lo que ocupó un lugar muy importante en los mitos y leyendas, así como representado en el arte de aquellas sociedades precolombinas que precedieron al Imperio Inca. Igualmente, durante la época de los Incas, el perro peruano tuvo un rol importante en sus costumbres y tradiciones. Se dice que su presencia era infaltable en las ceremonias de culto a la Luna. Es más, existe un dibujo del cronista peruano Huamán Poma de Ayala, en el que se aprecia una Coya (esposa principal del inca) con un viringo peruano a su lado, como su mascota. Pero su privilegiada situación cambió con la llegada de los españoles al Perú en 1532. Debido a su apariencia, decidieron que eran malignos y, por tanto, debían eliminarse. Además de perder jerarquía, fueron desplazadas por las razas importadas como los galgos y mastines. Fue precisamente la carencia de pelo la que implicó un tabú para el contacto con la población durante cientos de años. Muchas veces fueron vistos como perros sarnosos y perseguidos, por lo que estuvieron al borde de la extinción. No fue sino hasta la década de 1980 que su suerte cambió, cuando el cinólogo Ermanno Maniero logró su inscripción oficial como raza peruana en la Federación Cinológica Internacional en 1985. A los pocos años de su inscripción como raza originaria del Perú y de su hallazgo en la tumba del Señor de Sipán en 1987, fue catalogado como Patrimonio de la Nación y “especie a preservar” por el Congreso de la República en el 2001. Con ello, el Gobierno peruano estableció una norma que ordena que al menos un animal de esta raza viva en los sitios de museos arqueológicos a lo largo de la costa peruana. Este reconocimiento del otrora guardián de los muertos ha permitido que más peruanos se interesen por criarlo como mascota nacional. Aunque el cambio de actitud tomó varios años, hoy en día esta singular raza canina es un emblema vivo del país.