Se trata de un mito muy antiguo anterior al Imperio Inca y que estos últimos adoptaron posteriormente. En efecto, “el hombre volador” (que es la traducción quechua del Antarqui) está ampliamente representado en la iconografía Nazca y Paracas, en la cual este misterioso ser aparece dibujado tanto en sus cerámicas como en sus famosos mantos funerarios, en las cuales se le ve volar como un ave, tal como podemos apreciar en la imagen que acompaña nuestra nota. Como sabéis, durante el imperio Inca, existía un eficaz servicio de mensajería a cargo de los chasquis, quienes recorrían velozmente los caminos para traer noticias desde todos los rincones del Imperio hasta el Cuzco, la capital. Entre ellos se decía que había una división de chasquis de élite, quienes solo debían transportar mensajes reservados únicamente para conocimiento del propio Emperador. A esta selecta división se le conocía con el nombre de Antarquis (en honor a aquel mítico ser volador). Según se decía, estos chasquis tenían la peculiaridad de que podían viajar de cerro en cerro deslizándose por el aire gracias a un parapente fabricado con telas de algodón, lana, o alpaca, tratando de imitar al legendario Antarqui. Sin embargo, nunca se pudo comprobar la existencia de esta clase de mensajeros en tiempos de los Incas ni se han encontrado resto alguno de sus parapentes que aparentemente utilizaban para transportarse por los aires. A pesar de ello, podemos hacernos una idea de cómo se veían al apreciar en los museos los mantos Paracas en las cuales aparece Antarqui volando en diferentes direcciones. Asimismo existe otra leyenda más tardía sobre este extraño ser según un relato recopilado por el cronista español Pedro Sarmiento de Gamboa y probablemente traducida por Gonzalo Gómez Jiménez en 1572, quien escribió que este estaba dotado de extraordinarios poderes que hoy podríamos llamar psíquicos y que acompaño a Túpac Yupanqui en la conquista de Quito. Tras conseguir su objetivo, el Inca le pregunto si eran ciertos los rumores que los mercaderes propalaban, acerca de la existencia de unas islas muy ricas llamadas Hauachumpi y Ninachumpi, ubicadas en lo que hoy es Oceanía, para lo cual - cuenta el relato – ordeno al adivino que utilizase sus capacidades para volar y transportarse a esos misteriosos lugares, confirmando a su regreso de sus riquezas al Inca, quien organizo a continuación una famosa expedición a la Polinesia (aunque no sabemos al lugar exacto adonde llego) que duro cerca de dos años. Este viaje ha sido detalladamente investigado por el historiador José Antonio Del Busto Duthurburu en su obra Túpac Yupanqui Descubridor de la Oceanía (2006). Aquí no vamos a discutir si eran unas islas de la Polinesia, que según la teoría de Del Busto eran Rapa Nui y Mangareva, sobre la base de una leyenda que existe en el lugar y en las islas Marquesas que cuenta “sobre un gran rey Tupa que llegó con balsas, trayendo orfebrería, cerámica y textilería”; y en contrapartida él trajo mucho oro, gente negra, una silla de latón y una quijada de caballo que fueron guardados celosamente en el Cuzco hasta la llegada de los españoles. Hipótesis que puede ser apoyada por la travesía del Kontiki, nombre en honor al dios inca Wiracocha, que hizo el explorador noruego Thor Heyerdahl. En cuanto al tal Antarqui, el relato no cuenta más sobre él y desapareció sin dejar rastro. ¿Quién era ese misterioso personaje y de dónde venía? ¿Existen evidencias sobre si sus “vuelos en el aire” se realizaban por medios alucinógenos o efectivamente tenia poderes sobrenaturales? ¿Es mera ficción este relato y propio de mentes supersticiosas e idolátricas o por el contrario existen indicios para atribuirle verosimilitud? Estas son las preguntas que nos sobrevienen y que tienen relieve propio por cuanto permiten comprender la naturaleza de las ideas en un mundo dominado por el visionarismo religioso y lo sobrenatural. ¿Es esto posible? En primer lugar, Antarqui puede ser asociado etimológicamente con la palabra quechua Antisuyo o punto cardinal que señala el Este, en el caso del Perú se refiere a la gente de la selva amazónica, lugar famoso por sus poderosos chamanes y uso de vigorosas plantas alucinógenas, la ayahuasca entre las más célebres. Por tanto, Antarqui pudo ser un nombre que relacionaba al nigromante con su lugar de origen, a saber, la selva amazónica. Si estamos en lo cierto, entonces lo más seguro era que utilizara yerbas alucinógenas para provocar estados alterados de conciencia. No sabemos con exactitud qué “artes” empleó Antarqui, y quizá nunca se sepa con certeza, pero al parecer está relacionada con un tipo de meditación vinculada a la ingesta de algún alucinógeno nativo. Por lo demás, se trataba de una práctica sagrada muy extendida en el mundo americano precolombino. La meditación por alucinógenos es otro tipo básico de meditación mística, con efectos psicológicos y fisiológicos propios. Según los especialistas la meditación acontece en un punto en que converge la mente y el espíritu. Lo que ocurrió en realidad es algo que quizás nunca lo lleguemos a saber.