TIEMPOS DEL MUNDO
martes, 18 de enero de 2022
AUQUILLO: El duende de las alturas
Ante todo, cabe precisar que no debe confundirse con el auqui, que es el duende de las profundidades al igual que el muki - de los cuales por cierto, ya nos ocupamos anteriormente - y es que a diferencia de ellos, vive en lo alto de la Cordillera de los Andes. Perteneciente a la mitología aymara, el auquillo (aukillo= abuelo o bisabuelo) es un duende del cual se dice que frecuenta la puna en la figura de un anciano de ojos pequeños, mirada maligna y orejas pronunciadas que viste con poncho y chullo como los indios, pero las apariencias engañan porque si bien a primera vista puede verse muy andrajoso como si fuera un pordiosero, en realidad es muy violento, si algo o alguien se interpone en su camino, porque además posee una extraordinaria fuerza, por lo que queda claro que es un demonio. Si uno antiguamente se topaba con esa criatura infernal en su camino debía estar preparado para ese infeliz encuentro porque es probable que terminara muerto. Algunos dicen que estos seres decrépitos son la materialización del espíritu de los cerros. Otros, que son la manifestación de antiguos demonios, que hoy habitan en las partes altas de los mismos, pero que una vez dominaron toda la región. Fue con la llegada del cristianismo en el Siglo XVI y la consiguiente extirpación de idolatrías por la iglesia, que su situación cambio y no pocos de ellos terminaron en las hogueras de la Inquisición, por su comprobada relación con el Diablo. Desde entonces huyeron a lugares inaccesibles en las punas cortando toda comunicación con el mundo que los rodea, No era de extrañar por ello, cuentan los cronistas, que a los auquillos no les gusta la gente, ni el cambio, ni lo moderno; son el espíritu de lo viejo. Viven en el pasado, donde eran muy poderosos, temidos y respetados, pero que luego fueron inmisericordemente perseguidos acusados de ser brujos y hechiceros, siendo masacrados a golpes y patadas, terminando con el cráneo destrozado por las rocas que les arrojaban a quienes podían alcanzar en su huida por quienes alguna vez les temían y hoy los odian y desprecian si es que se atreven a acercarse a sus pueblos con malas intenciones. Y es que a pesar del peligro que ello significa y odio mutuo que se profesan, tienen sus motivos para hacerlo, como es el intentar robarles las mujeres para tener descendencia. Por ello son muy agresivos con los varones, a quienes atacan con fuertes golpes en la zona más sensible hasta quitarles toda posibilidad de tener hijos. Pero a su vez, intentaran raptar a las cholas para hacerlas suyas. Se afirma que en el caso de que un auquillo se enamore de una doncella, todo joven que se fije en ella morirá en el acto. Si lo ven aparecer, hay que pedir ayuda a gritos, ya que desaparecerá al notar la presencia de gente alrededor. Pero los indios han encontrado un remedio eficaz para mantener a raya a esos engendros, y son los perros bravos que vigilan la entrada de la casa de la mujer que el duende que quiere secuestrar. Se dice que el ladrido no solo espanta sino también paraliza al demonio que no puede moverse y se han dado casos en que los perros les han alcanzado y lograr despedazar a varios de ellos. A eso se agrega que el miedo que les causan los colmillos de los canes les impide utilizar su fuerza para defenderse y terminan siendo devorados vivos en el acto. Cuentan que en una ocasión una de esas criaturas quiso llevarse a la mujer del cura de un poblado cercano al lago Titicaca, el cual salió gritando a viva voz llamando a todos los feligreses para ayudarle, quienes salieron de sus casas con sus huaracas y garrotes, los cuales al grito de “¡supay, supay!” (diablo), lograron dar alcance al duende que se llevaba arrastrando de las trenzas a la chola, y antes de que pudiera reaccionar, presas de la ira le dieron de alma de tal modo que el auquillo termino descuartizado mismo Túpac Amaru. Lo poco que quedo de su cuerpo fue a parar a las fauces insaciables de los perros, mientras que la cabeza fue exhibida en la plaza del pueblo en una estaca durante varios días hasta que el mal olor obligo a que sea arrojado al lago y no quedara nada de ello. Se trata de una historia muy conocida en la zona y aun viven varios de aquellos que participaron en el ajusticiamiento del demonio. Pero eso no significo que los auquillos siguieran haciendo de las suyas, ya que como toda criatura infernal, siempre se las han ingeniado para lograr sus oscuros propósitos.