Ubicado en el sur del Perú existe un misterioso lago que es una fuente inagotable de mitos y leyendas, que a pesar de encontrarse a considerable altura - encerrada por la Cordillera de los Andes - es habitable. Una antigua leyenda refiere que en aquellos remotos días, el hombre, desvalido e ignorante aun de las artes de la agricultura, se afincaba a las orillas del lago Titicaca, el cual generosamente le proveía el diario alimento en forma de peces. Es así como los pueblos empezaron a crecer y medrar a las orillas del amistoso lago. Las aves anidaban en las cercanías y pescaban junto a los hombres en armoniosa compañía. Los días eran serenos, tranquilos, sin novedades y las poblaciones crecían felices sin saber a quién dar gracias por los regalos de la tierra. Sin embargo, un día, el lago manifestó un cambio inquietante que se sumó al de los cielos: las aguas se volvieron espumosas con olas desaforadas bajo una lluvia torrencial adornada de rayos y truenos; parecía que la furia de la naturaleza se desataba como preámbulo de un desastre desconocido que no se sabía por dónde golpearía. Y este llegó: un monstruoso ser surgió de las aguas, de largos cuernos y cuyos ojos brillaban en la oscuridad deslizándose veloz con las olas, arrasando embarcaciones, y abalanzándose sobre los poblados de las orillas, destruyéndolo todo y tragando a cuanto ser vivo encontraba a su paso. Su terrible aspecto solo podía corresponder a una naturaleza diabólica, y a sí se lo tomó, como un demonio maligno. Tras dejar la desgracia a su paso, desaparecía rápidamente en el seno profundo del lago. Y desde entonces sus apariciones se volvieron habituales, cobrando su cupo de sangre y muerte. La ira del terrible ser, al que llamaron Q'ota Anchancho (que en su lengua indígena significa “el demonio del lago”), parecía incontenible ya que también dejaba tras de si una plaga de enfermedades provocados por su pestilente presencia. Es así como los hombres le perdieron confianza a las aguas del lago, ya que no se sentían seguros en ellas ni en sus cercanías. Y es por ello que volvieron sus ojos a la tierra y se esmeraron en sacar de ella los frutos que los salvaran de la hambruna. Sin embargo, no dejaban de preguntarse ¿cómo podrían contener la maldición que provenía del lago? No les quedo otra alternativa que rendirse ante el demonio: tanto poder solo podía ser de dioses. Desde entonces hicieron ofrendas a este poderoso dios a la orilla del lago; realizando sacrificios de sus más preciados animales, derramando su bebida sagrada en las aguas y arrojando ídolos de oro en ella. Se plantaron tótems que representaban al maligno y a estos también se les rendían homenaje. Tantas adoraciones llegaron hasta el ánimo del maléfico ser y lo convirtieron en una fuerza bienhechora. Bajo su influjo, en época de lluvia emergía del sagrado lago hacia la atmósfera para alimentar las nubes que se volcarían luego en copiosas lluvias para regar las tierras y prepararlas para las cosechas que alimentarían a los hombres. El demonio, al fin, se había metamorfoseado en un poderoso dios compasivo que le cumplía a su pueblo, el mismo que por la fuerza de la necesidad conocía ahora el arte de trabajar la tierra.