Si usted imagina que la búsqueda de tesoros perdidos es solo historia de piratas, se equivoca, al menos en el Perú, ya que desde la caída del Imperio Inca se cree que valiosos cargamentos de oro fueron escondidos en cuevas o arrojados a las incontables lagunas que existen a lo largo de la Cordillera de los Andes por quienes los llevaban a Cajamarca desde todas partes del Imperio como parte del rescate de Atahualpa, que se debía pagar a los españoles a cambio de su vida, pero al enterarse que no cumplieron su palabra y lo ejecutaron, decidieron deshacerse de esos tesoros. De otro lado, se sabe que muchos caciques locales se aliaron a los españoles para combatir a los Incas y luego en retribución por su traición, se les permitió conservar sus privilegios y riquezas. El protagonista de esta historia era descendiente de uno de ellos. Cuenta la historia que por el año 1800 vivía en el lugar denominado Huarimarca - ubicado a una hora y media de Llamellín - un acaudalado cacique de nombre Huayopaucar, quien se dedicaba a fundir oro, uno de los metales más preciados - aunque nunca dijo de donde provenía el metal - el cual decidió enviarle como un presente varias alhajas al virrey Fernando de Abascal en 1815, quien al recibir el obsequio, lo mandó llamar porque tuvo curiosidad de conocerlo y saber de donde provenía su riqueza. Fue así que ilusionado, el cacique decidió ir a la capital, pero antes escondió todo sus tesoros en una caverna y contrató a dos negros para que cuidaran sus propiedades, a quienes les ordenó que se queden en el lugar hasta su retorno. Sin embargo, Huayopaucar nunca regresó y los guardianes que contrató, un buen día desaparecieron, desde entonces se ha estado buscando intensamente los tesoros que escondió en algún lugar de Huarimarca, sin resultado alguno. En cuanto a lo que realmente sucedió con Huayopaucar, circularon diversas versiones acerca de su destino final, que fue asesinado durante su viaje o bien detenido al llegar a Lima por orden del virrey y sometido a tormento para que revelara el lugar de donde provenía el oro, pero nada lograron sacarle por lo que convertido en un despojo humano fue enviado a presidio y nunca mas se supo de el, con mayor razón que en esos tiempos turbulentos, las guerras por la independencia asolaban los antiguos dominios de España en el continente y el Perú no era ajeno a ello. Hasta llegaron a suponer que el cacique conocía la ubicación donde se ocultaron aquellos legendarios tesoros destinados a Cajamarca y que de allí provenía su riqueza. Cabe destacar que antes de su viaje a la capital del Virreynato, Huayopaucar fabricó cuatro campanas para la catedral de San Andrés de Llamellín, las cuales fueron fabricadas de cuatro arrobas de oro, cuatro de plata y cuatro de cobre. Según se afirma, una de las campanas fue sustraída por un codicioso cura, quien para lograr su propósito utilizó una sierra y la cortó en pedazos a fin de trasladarla en un camión a Lima. Al enterarse del sacrilegio, el religioso fue echado del pueblo por los lugareños, aunque una versión da cuenta que arrepentido, perdió la razón y se arrojo al cercano río Marañon. En la actualidad, las tres campanas que quedaron están guardadas dentro de la catedral, las cuales por el paso de los años se encuentran completamente deterioradas, incluso una de ellas presenta rajaduras. Se dice que en sus buenos tiempos, cuando tocaban las cuatro campanas, el sonido no solo se escuchaba en el lugar sino también en las otras provincias de la región Áncash. ¿Realidad o ficción? Vaya uno a saber, en todo caso, esta relato forma parte de la historia misma de Llamellín, que ha pasado de padres a hijos con el claro objetivo de que no olviden de que en algún lugar oculto de los Andes se encuentra un fabuloso tesoro sin dueño, esperando que alguien lo encuentre ¿Quién será el afortunado?