TIEMPOS DEL MUNDO
martes, 27 de mayo de 2025
UNA PRESENCIA INQUIETANTE: ¿OVNIS en el terremoto de Yungay?
Hace 55 años, un sismo provocó que parte del nevado Huascarán (el más alto del Perú) se desprendiera y sepultara por completo a la pequeña ciudad andina de Yungay en una tragedia que cobró dimensiones míticas. A pesar de ello y del tiempo transcurrido, prácticamente nada se ha hecho por parte de las autoridades y las cicatrices están aún abiertas en los lugares donde sucedió aquella catástrofe. En efecto, aquella tarde del 31 de mayo de 1970, los peruanos estaban atentos al partido inaugural de Copa Mundial de la FIFA. El evento tenía un atractivo particular ya que era la segunda vez que su mediocre selección de fútbol intervenía en un torneo de esa naturaleza desde 1930, a la que asistieron únicamente por invitación. Sin embargo, antes de que pudieran interesarse por el resultado de dicho encuentro, el país andino sufría uno de los terremotos más mortales de su historia. La tragedia comenzó exactamente a las 15:23 hora local con un terremoto de 8,0 grados en la escala Richter, comentó el geólogo Patricio Valderrama, a 55 años de lo que aún es la mayor tragedia provocada por un desastre natural en Perú. El epicentro del sismo estuvo dentro del Océano Pacífico a 200 kilómetros de la costa de la ciudad de Chimbote, en la región de Áncash, en el norte del Perú. Valderrama apuntó que la magnitud del terremoto generó un primer tsunami que afectó a varias ciudades del norte del país. Sin embargo, eso no fue lo peor. A pesar de haberse generado lejos de la costa, el temblor se produjo cerca de - aseguro - "lo que hasta ahora es la región que contiene el 70% de la masa glaciar tropical del mundo". En efecto, en esa zona se ubica el Huascarán, que tiene en su pico sur - con 6.757 metros sobre el nivel del mar - el punto más alto de todo el Perú. Los glaciares montañosos están ubicados sobre roca de granito que, según explicó Valderrama, "tiene la característica de ser muy dura, por lo que tiende a partirse fácilmente en bloques grandes". Un dato que sería fatídico a segundos de producido el movimiento telúrico. "Al momento de ocurrir el terremoto, las ondas sísmicas viajaron y se encontraron con ese gran muro de granito gigantesco. Eso hizo que las ondas se amplifiquen y lo que hubo fue un gran derrumbe de la montaña más grande del Perú. Hubo un desprendimiento de una masa enorme de hielo y rocas que se vino ladera abajo con una velocidad y magnitud tremenda", detalló el experto. Debajo de la montaña, los habitantes del pequeño poblado de Ranrahirca y de la ciudad de Yungay, pequeña pero pujante capital del distrito y la provincia homónima, apenas pudieron reaccionar a lo que estaba sucediendo. Valderrama remarcó que uno de los aspectos más extraordinarios de lo sucedido el 31 de mayo de 1970 fue el tiempo. De hecho, desde la roca se desprendió producto del sismo y que los pueblos - ubicados a 5 kilómetros de la montaña - quedaron sepultados pasó poco más de un minuto y medio. Relevamientos hechos por el geólogos a partir del relato de los pocos sobrevivientes sirvieron para reconstruir los últimos instantes de Yungay luego de sentir el terremoto durante entre cinco y seis minutos. "La gente estaba asustada y en la calle porque seguramente muchas casas ya se habían derrumbado. Como las casas andinas son de adobe, al colapsar generan mucho polvo y suciedad, por lo que la gente estaba especialmente aturdida", reconstruyó el especialista. Es así como fueron impactados por un aluvión de tierra y hielo que arrasó con la ciudad a una velocidad estimada en 325 kilómetros por hora. "Eso no dio ninguna oportunidad a que la población se pudiera salvar, Fue instantáneo y muy violento" aseveró. Todas las viviendas de la ciudad quedaron sepultadas bajo una montaña que alcanzó unos 220 metros. Los relatos cuentan que solo sobrevivió un puñado de habitantes que, al momento del aluvión, se encontraban más cerca de una colina que funciona, paradójicamente, como un cementerio, en cuya cima se encuentra una gran imagen de Cristo con los brazos extendidos, del cual algunos pobladores pudieron aferrarse para no morir. El caos de la tragedia se trasladó al recuento de víctimas. Por muchos años los peruanos aseguraron que el aluvión había causado la muerte de 70.000 personas, pero para Valderrama se trata de un error surgido de la confusión entre la cantidad de habitantes que había en la ciudad de Yungay con su provincia homónima. Según estudios más recientes, el alud causó la muerte de entre 4.500 y 5.000 personas y destruyó por completo la ciudad, reducida desde entonces a un "camposanto" convertido en un memorial de la tragedia. Pero no fueron los únicos afectados. El terremoto y posterior tsunami también causó muertes y destrozos en otras ciudades y pueblos cercanos, que perdieron porcentajes considerables de su población en cuestión de segundos. Según el geólogo, el número total de muertes de ese día supero las 15.000 personas. Cabe destacar que por su ubicación geográfica, los terremotos y tsunamis no están fuera del menú de desastres naturales para los peruanos. Sin embargo, hasta 1970 el país no había sufrido una catástrofe de tal magnitud y los mecanismos de contención eran prácticamente inexistentes. Valderrama apuntó que fue a partir de ese incidente que el Gobierno peruano recién decidió conformar el Instituto Nacional de Defensa Civil, un organismo nacido en 1972 encargado de la atención de las víctimas de desastres. También comenzaron a realizarse estudios y mapeos en busca de lograr predecir eventos de esa magnitud, así como campañas educativas y mayores fiscalizaciones sobre planes de evacuación en edificios e instituciones. Tal es el impacto de aquel hito que la fecha del 31 de mayo fue escogida habitualmente para la realización de simulacros nacionales de sismos y tsunamis implementados por el Instituto Nacional de Defensa Civil, que hoy pasan completamente desapercibidos porque la población no le da ninguna importancia y quienes son obligados a participar, son escolares y empleados públicos. Al resto de los peruanos, ni le va, ni le viene. Valderrama se lamenta por ello y agrego que el país no aprendió las lecciones necesarias. El nuevo pueblo de Yungay, recordó, se emplazó apenas a unos kilómetros del original y el de Ranrahirca permanece en el mismo lugar, como un lugar abandonado y sombrío "Seguimos viviendo en viviendas inseguras y en zonas riesgosas no solo por aluviones sino también por terremotos e inundaciones", alertó. "Nos falta mucho por aprender. Cada desastre que nos toca parece que fuera el primero porque el discurso es que 'no estábamos preparados'. Sin embargo, si revisamos la historia geológica peruana vemos que el mismo fenómeno ocurrió en el mismo sitio cinco, quince, treinta y cincuenta años antes. Este evento fue el más grande que hemos tenido en el pasado pero no el más terrible que vamos a tener en el futuro", advirtió. Por cierto, un hecho que paso desapercibido en medio de la tragedia fue la presencia en el cielo mientras ocurría la catástrofe de un objeto circular que fue advertido por uno de los sobrevivientes que se aferro a la imagen de Cristo en la colina, según refirió a La Crónica. “Mientras todos miraban aterrados el alud de piedras y lodo que bajaba de de la montaña y se ponían a gritar y rezar en voz alta, no se cómo levante la vista y allí en lo alto observe un objeto brillante que se mantenía inmóvil en el cielo, pero cuando le pase la voz a quien estaba a mi lado, este fue cubierto por una nube de polvo y no volvió a aparecer mas” relato. “Cuando se los conté al resto nadie me creyó, pero ahora estoy convencido que se trato de un platillo volador” añadió. Sin embargo, hay quien si creyó sus palabras y fue el conocido investigador de OVNIS Vlado Kapetanovic, quien sostuvo que se trato de los apunianos: “En un encuentro que tuve con los apunianos en 1960 se me reveló en una “pantalla del tiempo” el desastre natural que viviría Yungay diez años más tarde. Los apunianos le habían mostrado un alud que sepultaba a toda esa población luego de un intenso terremoto. Vlado informó a las autoridades con mucho tiempo de anticipación -incluyendo a un Juez de Paz-, pero nadie le creyó. Las autoridades locales estaban al tanto de los relatos sobre extraterrestres de las comunidades andinas, pero se negaban a aceptar la realidad:. “Esos cholos están hablando tonterías” -solían decir, despectivamente-.“¿Los extraterrestres no podían haberlo evitado? Ellos solo hicieron un cálculo de probabilidad, sin poder precisar el día y el mes exacto de la tragedia. Tal vez por ello la advertencia de lo que podía ocurrir. Con el tiempo, comprendí que estos seres tienen muchas limitaciones de acción en nuestros asuntos. Al menos los que vienen con intenciones éticas y amistosas -y respetan nuestro libre albedrío-. Pero, aún así, dentro de esas limitaciones de ‘no intervención’, le comunicaron a un científico el desastre que se avecinaba para Yungay, pero no fue escuchado. Incluso, pocos años antes de la catástrofe, Yungay fue sacudida por una intensa oleada OVNI, como si los extraterrestres estuviesen intentando llamar la atención” aseveró. “Al respecto, el periodista español, J.J. Benítez, publico su investigación de aquel caso con fotos exclusivas de las naves extraterrestres y que doy a conocer gracias a una amabilidad suya: ‘Un día del mes de marzo, Manuel Arranda visitó la pequeña localidad de Yungay, en las montañas de Áncash. Antes de salir de excursión pidió prestada a su amigo César Oré -vecino de la citada localidad y empleado en la oficina de Turismo- una vieja cámara Voightlander, propiedad de aquél desde hacía 40 años. Compró un rollo de película y fue su amigo Oré quien se encargó de cargar la cámara fotográfica, puesto que Arranda no entendía muy bien su funcionamiento. Y Augusto salió de Yungay, dispuesto a recorrer algunas de las impresionantes montañas de los alrededores. En el tristemente famoso Callejón de Huaylas - azotado en 1970 por el más violento terremoto de la historia del Perú- se levantan cumbres de casi 4.000 metros. Las panorámicas resultan espléndidas. En aquellas montañas, suponemos, Arranda debió ver y fotografiar los OVNIS. Y así se lo manifestó a Oré. A su regreso a Lima, y tras revelar el rollo, Arranda envió a Yungay un álbum sellado, con copias de las fotos de las cumbres y de los OVNIS. Estas últimas -como si el hecho careciera de importancia- figuraban al final del álbum que recibió Oré y que permaneció ‘olvidado’ en su casa durante dos años. Y todo habría seguido igual -o se hubiera perdido definitivamente con el terremoto-, de no ser por el investigador norteamericano J. Richard Greenwell. En 1968, y de forma ‘indirecta’, una de las copias cayó en manos del citado Richard. Y esta nueva ‘casualidad’ -¿o no lo fue?- puso en marcha la investigación y los mecanismos que permitieron dar a conocer a todo el mundo la impresionante secuencia. Greenwell cuenta que, después de ciertas indagaciones, la fotografía fue localizada en el laboratorio de revelado de Kodak Peruana, S.A. Allí, un empleado de la empresa, violando las reglas de la compañía, había conservado copias de la secuencia OVNI. Los directivos de la Kodak confiscaron las fotos del empleado antes de que Richard Greenwell pudiera localizarlo. Estos ejecutivos peruanos -cuenta el investigador norteamericano- se negaron a entregarle las copias. Pero en 1969, Greenwell pudo hacerse con ellas a través de la división de Mercados Internacionales de Eastman Kodak, en Rochester (Nueva York). La localización de un juego completo de fotografías en Yungay fue posible gracias a un oficial del Ministerio de Marina del Perú. Greenwell viajó entonces a Yungay y pudo entrevistarse con el señor Oré, quien le proporcionó las tres copias que faltaban y que habían sido retenidas en Lima por la Kodak Peruana S.A. De esta forma, Greenwell fue atando cabos, logrando las cuatro copias que, al parecer, forman la secuencia total”. Si esas fotografías son auténticas -así lo defendieron los técnicos de la APRO que comandaba Greenwell-, ¿fueron naves apunianas en Yungay, tres años antes del terremoto?” Lo cierto es que tanto en los Andes centrales del Perú como en los dominios del Huascarán existen bases de los apunianos" puntualizo. Como recordareis, Kapetanovic fue el primer “contactado” que habló públicamente de los seres de Apu: extraterrestres que eran viajeros espaciales, que perdieron su mundo de origen, y que más tarde se establecerían en bases subterráneas en la Tierra y en otros puntos del cosmos como Alfa Centauro...