Fue uno de los más importantes dioses del antiguo Perú y era considerado como el creador del mundo. Su culto tuvo como núcleo la costa central de este país, aunque algunos estudiosos creen que era el nombre que los costeños le daban al dios Wiracocha. Cuenta la leyenda que en el principio de los tiempos, un hombre y una mujer fueron creados por el, pero padecían mucho por la falta de alimentos. Un día el varón murió de hambre y la mujer no dejaba de padecer, llorar, gemir e implorar hasta que el dios Sol - una deidad rival - se apiadó de ella y posándose a su lado le aconsejó comer algunas raíces. Mientras ella lo hacía, el Sol la fecundó con sus rayos y se fue. Cuatro días después dio a luz un hermoso varón llamado Vichama. Pachacamac enfurecido por que el Sol le quitaba adoración, tomó al niño y lo descuartizó. Enterró las partes e hizo que de los dientes naciera el maíz, los huesos se convirtieron en yucas y otros frutos de la tierra. De esa manera Pachacamac creó abundantes alimentos para que no se conozca el hambre y sólo se le adore a él como dios de las subsistencias. En su honor se construyó un colosal templo en el valle de Lurín - ubicado al sur de Lima - y su fama llego a tal punto, que su oráculo recibía miles de peregrinos que le ofrecían ricas ofrendas y en sus aposentos se hacían sacrificios humanos cuando había que aplacar su ira, ya que era muy vengativo. En efecto, la furia de Pachacamac se podía manifestar con temblores y terremotos muy destructores. Por ello las múltiples ofrendas y sacrificios lo complacían y que a su vez aseguraban la abundancia de alimentos para sus adoradores. Era representado como un ser bicéfalo y de mirada fiera. Los peregrinos que la visitaban no podían contemplarlo, sino que debían cumplir un ayuno severo y trasladar su pregunta a un sacerdote, quien era el único autorizado a ingresar a la recamara donde se hallaba su estatua de gran tamaño. Cuando los incas conquistaron la región, respetaron el santuario - al que ofrecieron riquísimos regalos - y el dios fue aceptado en su panteón. Demás esta decir que su prestigio creció considerablemente durante el Imperio, pero a la larga, fue su perdición ya que al ser famoso y acumular grandes riquezas, se convirtió en uno de los principales objetivos de la expedición de Hernando Pizarro en el siglo XVI durante la conquista del Perú, quien saqueo el santuario, destruyendo su imagen y llevándose todos los tesoros a Cajamarca, los cuales serian parte del rescate de Atahualpa, quien había sido capturado unos meses antes a traición por su hermano Francisco, por lo cual le ofreció un gran tesoro por su vida, pero ello de nada le valió, ya que estaba condenado de antemano. Tras la caída del Imperio, si bien el lugar fue abandonado, no lo fue la adoración a ese misterioso ser, el cual se práctica hasta ahora con peregrinos que llegan con ofrendas en fechas especiales del año como los equinoccios y los solsticios que marcan el calendario agrícola andino. El interés por Pachacamac y todo lo que represento revivió en 1938 al ser descubierto por el investigador norteamericano Albert Giesecke una reproducción del dios, enterrado cerca del templo. Se trata de una figura tallada en madera, de 2,34 metros de altura - una de estas tantas copias que existieron cerca del recinto principal - y que se mantuvo oculto para evitar que sea destruida por los españoles. Conservada en el Museo de la Nación, recién en los últimos años pudo regresar a su lugar original, a la espera de que los peregrinos, ahora convertidos en turistas, recorran los caminos de su santuario para seguir la huella de aquellos que lo veneraron con tanto temor y respeto en el pasado.