Ubicada en la Plaza Bolívar, a unos pasos del Congreso de la Republica, se encuentra un lúgubre edificio caracterizado por tener una portada de estilo neoclásico cuyo interior esconde historias de horror infinito. Es el temido Tribunal de la Inquisición, creado por el Virrey Toledo en 1570, siguiendo las indicaciones de la Corona Española, cuya función era perseguir y castigar implacablemente y sin piedad alguna en nombre de la corrupta y decadente Iglesia Católica (protector de genocidas y encubridor de curas pederastas) a todos aquellos “herejes” quienes resultasen sospechosos de ser luteranos y judíos, los cuales eran torturados brutalmente con un sadismo nunca antes visto para obligarles a confesar sus “delitos” luego de lo cual, convertidos en despojos humanos, eran arrojados aun vivos a la hoguera en los llamados Actos de Fe para que "se purifiquen de sus pecados”. Menuda monstruosidad también estaba reservada para aquellos infelices que eran acusados de brujas y hechiceros, quienes sabían el destino que les esperaba al caer en las garras de esta institución tan maldecida. Abolida por las Cortes de Cádiz en 1813, fue saqueada por la multitud quienes destruyeron todos los horribles instrumentos de tortura que albergaba. Restaurada al año siguiente por el indeseable Fernando VII, se dedico entonces a perseguir a los patriotas, pero era una sombra de lo que fue. Con la Independencia se declaro extinta y el local fue utilizado para reunir al primer Congreso Constituyente del Perú. Luego, fue sede del Senado hasta 1939, año en que este se trasladó al Palacio Legislativo. Poco después funcionó en los mismos ambientes la Biblioteca Pública de la Cámara de Diputados del Perú (1943) y, finalmente fue convertida en Museo en 1968 hasta la actualidad. Al visitarla y apreciar los espantosos instrumentos que utilizaban los sanguinarios inquisidores para torturar a sus victimas - reproducciones de los originales destruidos en 1813 – uno se puede imaginar el sufrimiento que causaban esas bestias en nombre de la “Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana”. Como es obvio, desde entonces circularon multitud de historias de fantasmas que habitan el lugar, según cuentan los miembros de seguridad encargados de la vigilancia nocturna. Cuando la oscuridad envuelve el museo, se empiezan a escuchar gritos aterradores, de pena y dolor que retumban por todo el lugar, causando espanto a más de uno de los vigilantes. Uno de ellos, con más años en ese cargo cuenta que una noche empezó a escuchar ruidos estremecedores de cadenas y gritos desgarradores provenientes de las catacumbas, se acercó en silencio a averiguar cuál era el motivo de todo ese escándalo. Al momento de subir las escaleras, se quedó atónito al ver la imagen macabra de una mujer que bajaba, casi sin tocar las escalera, levitando, su vestimenta era antiquísima, una especie de sotana blanca, manchada de sangre, y cuya figura era espigada y muy delgada. Su cabello era una maraña de pelos negros que le cubrían todo el rostro, tal visión espectral le causo al vigilante un impacto brutal, desmayándose y quedando inconsciente por más de tres horas, siendo encontrado por un compañero botando espuma por la boca. Desde entonces, evita acercarse al lugar cada vez que escucha los lamentos de esa alma en pena, la cual en vida debió ser una de aquellas “brujas” quemadas en la hoguera y que no puede descansar en paz. Pero no es la única, ya que han sido vistas otras criaturas fantasmales deambulado por las cámaras de las torturas quizás buscando justicia por sus crímenes, que han quedado en la impunidad mas absoluta.