TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 31 de agosto de 2021

SANTA ROSA DE LIMA: Psicosis en su máxima expresión

¿Estaba Santa Rosa de Lima mal de la cabeza? Efectivamente, pero eran otros tiempos, otra mentalidad, otra concepción de lo que era ser mujer y ser católica; pero en medio de la grandilocuente narración de quienes testificaron para que sea canonizada, más que la edificante trayectoria de una santa, resulta inevitable no vislumbrar un pavoroso cuadro clínico de quien habría sido víctima de abuso sexual. Es por ese motivo que a 404 años de su muerte, debemos develar el misterio ¿vale? La única que no quería que Isabel Flores de Oliva sea una santa, era su madre: María de Oliva. Del testimonio que ofreció como parte del proceso de canonización de su hija, se sabe que ella en realidad solo anhelaba para su pequeña una vida normal, una vida en la que saliera con sus amigas y amigos, se divirtiera, conociera la ciudad, se enamorara y se casara. No soportaba ver el camino del automartirio que había escogido. Para ella no era normal que desde muy niña, su hija atentara contra sí misma desde todos los frentes. (No comía, apenas dormía, se echaba ají en los ojos para no salir a la calle, se encerraba en una ermita, envuelta de cilicios con puntas de hierro y una corona de plata punzocortante que le acuchillaba la carne). Por más que esa era la forma ideal de alabar a Dios, de acuerdo a la época, y era alentada por sus estrictos confesores, sentía que algo malo le estaba ocurriendo. A los ojos de la psiquiatría actual, la mamá de Santa Rosa de Lima tenía razón: su hija necesitaba ayuda. Sin dejar de reconocer la importancia de valorar los hechos de acuerdo a su contexto histórico, y tomando como referencia solo esa parte de su biografía que hasta ahora se conoce, en el 2011 el psiquiatra Mariano Querol (ateo para más señas), reitero un antiguo diagnóstico: “Para mí fue una persona que padeció trastornos mentales muy difíciles de clasificar y catalogar. Presentó graves disturbios de personalidad, disturbios emocionales, de conducta, de autoflagelación, impulsos masoquistas enormes, incluso iluminaciones, posición divina”. Para Querol, se trataba de un cuadro típico de esquizofrenia. No quiso ahondar más en su evaluación médica porque “es difícil decirle a una santita que es una loquita”. A su turno, el Dr. Guillermo Ladd, del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado” (y no creyente) trazó en el 2014 un cuadro mucho más completo (y arriesgado) de lo que en verdad pudo haber ocurrido en los confines de la mente de la futura santa. Para él, Isabel Flores de Oliva sí presentaba varios problemas mentales, pero no precisamente esquizofrenia como sostiene Querol. “La esquizofrenia ocasiona un mayor deterioro mental de la persona, un empobrecimiento de su capacidad de lenguaje y expresión. Santa Rosa de Lima si tenía momentos en los que participaba de reuniones sociales, se vinculaba con otros, aunque todo muy restringido a su ámbito religioso. Además logró plasmar en forma escrita, y con un lenguaje articulado, algunas de las visiones que inundaban su cabeza a partir de sus experiencias místicas”, precisa Ladd, convencido que Isabel Flores de Oliva estaba psicótica. Sufría de fuertes alucinaciones, visiones irreales, sobrenaturales, como aquella en la que vio y escuchó al niño Jesús, que cuelga del brazo de la Virgen del Rosario, pedirle que sea su esposa. “Eso fue una alucinación. Y las alucinaciones, así como las creencias falsas, son parte de la psicosis”, apunta. Una psicosis de tendencia bipolar, precisa, que la llevaba de un extremo a otro: de la alegría a la tristeza, de la euforia a la depresión más intensa. “Solo en esos momentos, de gran animosidad, podía relacionarse con el resto. Pero este era el estado que le duraba menos. Más predominaba en ella el otro extremo, el de la pena, la desolación. La mayor parte del tiempo ella estaba en ese estado, se aislaba socialmente”, sostiene. En esos momentos de suma fragilidad, era cuando más se autoflagelaba. Tanto esta visión psicótica de su entorno, la dificultad para relacionarse con los demás, especialmente con el sexo masculino, y su minuciosidad e intensidad para autoagredirse, son las piezas que según Ladd, se unen y revelan una enfermedad más compleja: un trastorno de la personalidad limítrofe. Ladd afirma que lo único que le falta para que el diagnóstico esté completo, es la identificación del elemento causante de tanto estropicio. Y es aquí donde el psiquiatra hace su conjetura más arriesgada, basada exclusivamente en la evidencia médica. Él dice: “para que una persona tenga un desorden de personalidad limítrofe como el que al parecer sufrió Santa Rosa de Lima, necesariamente tuvo que haber tenido en su historia una forma de abuso psicológico, sexual o físico. Tiene que haber existido una causa concreta en ese sentido”. La historia de Isabel Flores de Oliva presenta muchos espacios vacíos. Es posible entonces que en medio de tantas laceraciones que ella misma se infligió, exista una laceración mayor que ella nunca deseó. Por el rechazo que sentía hacia los hombres (que su mamá advirtió), Ladd intuye que lo más probable es que haya sido víctima de una violación. Si Santa Rosa de Lima viviera hoy y asistiera a consulta a un psiquiatra, lo primero que él haría sería sacarla de todo su ámbito monacal, alejarla para siempre de ahí, internarla, y tratar de consensuar con ella (u obligarla), para que vuelva a comer (sufría también de anorexia nervosa). Añade que de ser necesario ordenaría que le coloquen una sonda gástrica con tal de que se alimente. Controlaría la psicosis y ese impulso a agredirse a través de medicamentos que eleven la presencia de la serotonina en su sistema nervioso. Luego la haría trabajar, trabajar de verdad, para que pueda adaptarse a sí misma y al resto del mundo. “La recuperación no sería al 100%, pero sí lo suficiente para que los pacientes puedan tener una segunda oportunidad. Hubiésemos evitado que haya una santa, pero hubiésemos salvado una vida”, sentencia Ladd, con el convencimiento de quien ha visto mucho. Hace 404 años, a María de Oliva le hubiese gustado escuchar esas mismas palabras. Lo único que ella pudo hacer por su atormentada hija fue intentar arrebatarle cada uno de los instrumentos de autotortura que constantemente le descubría. Pero nunca pudo con el más letal, ese que se escondía en su enardecida cabeza.