TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 17 de diciembre de 2024

LOS MENONITAS: Una plaga bíblica en la Amazonia

Una secta protestante en nombre de Dios, cual langostas insaciables, están arrasando desde hace años miles de hectáreas de bosque amazónico en el Perú, sin que las autoridades hagan algo por evitarlo. Nos referimos a los menonitas, una rama pacifista y trinitaria del movimiento cristiano anabaptista, originado en el siglo xvi durante la Reforma protestante. La historia de los menonitas comenzó en 1523 en la Suiza germánica, cuando un sacerdote católico inició una reforma que se dispersó y consolidó rápidamente en el Sacro Imperio Germánico. A partir de 1529 esos disidentes pasaron a ser perseguidos y martirizados. En 1536 el sacerdote católico Menno Simons, influyente contestatario, también rompió con la Iglesia Católica y se unió a ellos, por entonces más conocidos como anabaptistas, por la forma poco ortodoxa en que adoptaron ese sacramento. Menno, a pesar de la persecución, tuvo éxito en divulgar las nuevas creencias las que se propagaron especialmente a Holanda y Polonia, y luego a otros países del este europeo, pasando a ser conocidos como menonitas. En 1683 se produjo la primera emigración menonita a Pennsylvania, que era parte de las colonias inglesas en América. Esas migraciones continuaron durante el siglo XVIII. La vida de los que se quedaron en Europa era cada vez más dura, especialmente en Prusia, de tal modo que, en 1788, a convite de la emperatriz Catalina la Grande, ellos emigraron a Rusia con varias ventajas, entre ellas la pose de tierras. Con los cambios políticos en Rusia esos beneficios fueron mermados por lo que se intensificó la migración a Norte América, inclusive al Canadá (1873). La primera colonia agrícola menonita en América Latina fue en Argentina, en 1877. En términos de prácticas religiosas y en función de sus orígenes los menonitas se han subdividido en diversos grupos, pero mantienen bastante cohesión. En el Siglo XX, la revolución bolchevique y las matanzas estalinistas obligaron a muchos menonitas a huir de Rusia. La Segunda Guerra Mundial trajo más persecuciones para ellos, por lo que se produjeron nuevas migraciones a EE.UU. y Canadá. En 1945 llegó otra ola de refugiados al continente, que se instalaron en Uruguay, Brasil y Paraguay. Muchos países latinoamericanos invitaron, facilitaron y hasta financiaron la venida de contingentes de menonitas a desbravar tierras “vírgenes” o “desocupadas sin uso”, es decir, espacios naturales, en general bosques, que les fueron dados en propiedad, entre otros privilegios, muchas veces previamente acordados mediante convenios. La idea detrás de esa generosidad fue, en general, ocupar territorios considerados subutilizados para promover el crecimiento económico y mostrar a la población local el ejemplo de un “buen uso de la tierra” (Goosen, 2016). En las últimas décadas se han acelerado los movimientos migratorios menonitas, a veces entre países de la región, en función de los cambios políticos y de la disponibilidad de tierras, siendo evidente un movimiento hacía el Perú (Servindi, 2019; Praeli, 2020) y Colombia (Betancourt, 2018). Los menonitas, aunque subdivididos por origen y prácticas religiosas, están bien organizados. Cada grupo cuenta con uno o más templos, a veces localizados en áreas urbanas, al estilo de las iglesias protestantes convencionales, desde las que organizan acciones proselitistas. Además, están unidos en un congreso o conferencia mundial menonita. De otra parte, a nivel de los asentamientos, aunque basados en el cooperativismo y aparentando ser agricultores tradicionales, los menonitas son empresarios modernos, muy trabajadores y unidos, así como audaces y, aunque pacíficos, como se verá, son inescrupulosos. En general tienen mucho éxito económico en sus emprendimientos. Sin embargo, el principal, más notorio y denunciado impacto ambiental de la actividad de los menonitas en América Latina ha sido y sigue siendo la deforestación y la destrucción de otros ecosistemas naturales, muy frecuentemente sin autorización. El caso peruano ha sido muy bien descrito por Praeli (2020) y claramente demostrado por los estudios del Proyecto de Monitoreo de los Andes Amazónicos – MAAP (Finner et al, 2020). Aunque los menonitas llegaron al Perú en los años 1950, ellos se dedicaron al proselitismo religioso y hasta recientemente no se tenía noticia de grupos practicando agricultura en el Perú. A partir del 2015 menonitas procedentes de Bolivia adquirieron una extensión indefinida pero grande de tierras cubiertas de bosques naturales en dos localidades de la Amazonía: Masisea (Ucayali) y Tierra Blanca (Loreto), en las que hasta el 2023 habían deforestado un total de 9000 hectáreas, lo que equivale a 18 mil canchas de fútbol. Ya en el siglo XXI, los menonitas iniciaron sus avances sobre la Amazonía, tanto en Bolivia como en Perú y Colombia. En total, en esos tres países ya han ocupado unas 26 mil hectáreas, de las que con certeza han deforestado casi 9000 en Bolivia y Perú. Han replicado en esos emprendimientos sus prácticas previas; es decir, han hecho tala rasa, sin dejar absolutamente ninguna vegetación natural. Además de la deforestación y de sus bien conocidas consecuencias, en términos de pérdida de diversidad biológica, emisión de gases de efecto invernadero y ciclo hidrológico, hay otros problemas ambientales asociados a los asentamientos agropecuarios menonitas. En efecto, contrariamente a lo que puede parecer y a lo que se suele creer, salvo excepciones ellos no practican agricultura ecológica ni, mucho menos, producen alimentos orgánicos. En realidad, hacen un uso muy intensivo de agroquímicos de todo tipo, incluidos abonos minerales y, obviamente, pesticidas, herbicidas, fungicidas, nematicidas y otros agrotóxicos de uso común en la agricultura intensiva y, asimismo, usan semillas transgénicas siempre que pueden. Por esos motivos han sido frecuentemente denunciados. Otro problema asociado a las colonias menonitas es el uso de maquinaria agrícola pesada, que compacta el suelo, lo que compensan con arados subsoladores, desdeñando técnicas más apropiadas para los suelos que usan, como es alternancia de cultivos o la siembra directa contribuyendo a su degradación y, por ende, a uso cada vez más intensivo de correctores, especialmente fertilizantes. Además, como bien señalan algunos autores, ellos no adaptan sus cultivos a la realidad ecológica local. Ganan dinero forzando la producción en base a mucha inversión convencional, especialmente fertilizantes, pero, en el largo plazo, dejan tierra arrasada. No practican agrosilvicultura o silvopecuaria, es decir, asociaciones de árboles con cultivo o ganado, como se recomienda para los ecosistemas en que trabajan. De otra parte, los asentamientos menonitas nuevos construyen y mantienen carreteras para acceder a sus predios. Eso facilita el ingreso de nuevos agricultores, en su mayoría invasores, que se instalan en las proximidades, ampliando el daño. Además, en el caso de Masisea los menonitas usan esa excusa para justificar las deforestaciones más recientes que culpan a terceros. La aproximación de los menonitas a los pueblos indígenas tiene dos vertientes, que a veces usan simultáneamente: asimilarlos a sus creencias y usarlos como mano de obra, o bien empujarlos “monte adentro”, sin mayor violencia, pero aprovechando el hecho de que muchos nativos no gustan esa vecindad. Eso está aparentemente ocurriendo en Masisea con los shipibos de la comunidad aledaña. Al respecto, hay algunas preguntas obvias que merecen ser respondidas por las autoridades pertinentes, tanto nacionales como regionales: ¿de quién y cómo los menonitas compraron tierra con bosques naturales, habida cuenta que, en principio, esos bosques son del Estado o de comunidades nativas?, ¿cómo esas compras fueron formalizadas, registradas o legalizadas si, en realidad son ilegales?, ¿por qué las autoridades competentes esperaron a que se deforesten, miles de hectáreas, sin hacer nada o casi nada?, y ¿qué autoridades o influencias han facilitado la entrada masiva al Perú de los menonitas y su asentamiento en Loreto, Ucayali y Madre de Dios?. Como está bastante bien demostrado, la actividad de los menonitas en los asentamientos de Chipiar, Tierra Blanca y Masisea, en el Perú, es tan ilegal como perjudicial y debe ser detenida de inmediato. Los responsables, tanto los que desde el gobierno nacional y regional facilitaron, permitieron o toleraron estos hechos como, por cierto, los propios menonitas, deben ser sancionados.