TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 12 de abril de 2022

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS: Los asombrosos enigmas que la envuelven

Es, sin duda, uno de los hechos más prodigiosos descritos por la Biblia y el que ha hecho correr más ríos de tinta por parte de teólogos y creyentes. La crucifixión y muerte de Jesús, y su posterior triunfo sobre la muerte es, además, uno de los pilares de la doctrina y teología cristiana, ya que fundamenta la doctrina de la salvación al posibilitar la redención de todo el género humano (castigado desde el Pecado original), abriendo la posibilidad de que cada ser humano, tras su propia muerte, pudiera gozar también de la vida eterna en la Gloria de Dios. La existencia de Jesucristo está comprobada históricamente (tanto así que la historia humana se divide en antes y después de Cristo). Sin embargo, lo que hasta el día de hoy constituye un verdadero enigma es saber que ocurrió exactamente en ese tercer día, luego que Jesús fuera juzgado, condenado, crucificado, muerto y sepultado en la tumba proporcionada por José de Arimatea. San Mateo relata que Pilatos accedió al requerimiento de los fariseos y que “pasado el sábado, muy de madrugada, el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. De pronto hubo un gran terremoto, ya que un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve. Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. Pero el ángel, dirigiéndose a las mujeres, les dijo: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? No temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Resucitó como dijo. Venid, ved el sitio donde estaba”. Mientras María Magdalena rompía a llorar, una segunda voz le habló a sus espaldas: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella contestó: “Porque se llevaron a mi Señor y no sé donde lo han puesto”. Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio allí a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Ella, creyendo que era el encargado del huerto, le dijo: “Señor, si lo has llevado tú, dime donde lo has puesto y yo lo tomaré”. Jesús le dijo: “María”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Rabbuní! (Maestro)”. Jesús entonces le dijo: “…Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”. San Lucas detalla posteriormente que “…ellas regresaron del sepulcro y contaron todo a los once y a todos los demás, pero a aquellos estas palabras les parecieron un delirio y no las creían. Mas Pedro se levantó y se fue corriendo al sepulcro; se asomó y sólo vio los lienzos, y regresó a casa maravillado de lo ocurrido”. La segunda aparición de Jesús ocurrió en el camino a Emaús. Acompañó a dos peregrinos y, si bien conversó y caminó con ellos gran parte del recorrido, éstos no lo reconocieron sino hasta que llegaron a la aldea y el Maestro se hubo despedido de ellos. A continuación se apareció a sus discípulos, quienes en ese momento se encontraban comentando los reportes de la supuesta presencia de su fallecido Maestro, según relata el mismo San Lucas. “…Estaban hablando estas cosas, cuando Jesús mismo se apareció entre medio de ellos, diciendo: “La paz sea con vosotros”. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y les dijo: “¨¿De qué os turbáis y por qué se levantan dudas en vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto les mostró las manos y los pies (con las señales de los clavos). Y como ellos aún no creían de pura admiración y alegría, les dijo: ¿Tenéis algo de comer? Y le dieron un trozo de pez asado. Lo tomó y lo comió en su presencia”. Durante este encuentro se destaca la terca actitud de Tomás, quien se negó de plano a reconocer que Jesús había resucitado. Sólo cuando el Nazareno lo invitó a tocar la llaga de su costado y Tomás palpó la herida causada por la lanza, éste aceptó el portentoso milagro. Jesús sólo se limitó a hacerle una cariñosa amonestación: “Tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto”. La Biblia, finalmente, cuenta que tras llevar a los mismos discípulos y a unos 500 seguidores cerca de Betania, Jesús los bendijo mientras comenzaba su ascensión hacia los cielos, para sentarse a la derecha de Dios y cumplir la profecía del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Dn. 7, 14). La resurrección es un elemento esencial para la historia de la Salvación cristiana, por cuanto sin ella la Iglesia no podría anunciar ninguna Buena noticia de salvación para nadie, como lo afirma el mismo San Pablo: “Si Cristo no fue resucitado, nuestra predicación ya no contiene nada ni queda nada …” La resurrección de Jesús no tuvo testigos directos, pero los creyentes aseguran que sólo basta con revisar sus evidencias o indicios contenidas en las Sagradas Escrituras (el sepulcro vacío, la aterrada reacción de los soldados romanos ante la aparición del ángel, la decisión de los fariseos de pagarles para que guardaran silencio, el relato y llanto de las mujeres y la reacción de los 11 apóstoles ante la presencia del Resucitado). Los mismos apóstoles, que primero reaccionan con incredulidad y con miedo ante la presencia de Jesús, después de hablar y comer con él se transforman en promotores enfervorizados del Evangelio. En los Hechos de los Apóstoles Pedro afirma que “Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”, concluyendo que “sepa con seguridad toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis”. Para algunos estudiosos, el problema con la resurrección de Jesús no estriba tanto acerca de si resucitó o no, sino en la forma cómo resucitó. A la luz de las Santas Escrituras, por lo menos, Jesús habría resucitado de entre los muertos con el mismo cuerpo físico con el que murió. Este cuerpo resucitado no habría sido un sueño, un recuerdo, una aparición o un espíritu, sino que un cuerpo glorificado o cuerpo glorioso (no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere). Por ello en los capítulos postreros de los Evangelios Jesús es descrito como una presencia real y carnal: come, camina, deja que lo toquen y platica con sus discípulos. Los teólogos afirman que la resurrección de Jesús arroja varias conclusiones: Dios estaba de parte de Jesús y no de sus detractores; rehabilita la causa y la persona del Nazareno, demostrando que es el hijo de Dios, el Cristo y el Mesías esperado; establece una nueva meta de la historia, haciendo surgir una fuerza dinámica y un nuevo programa de vida para cada ser humano y, finalmente, se establece un nuevo horizonte para la vida y un nuevo sentido para la muerte. A partir de Jesús la vida es un sendero que se puede recorrer con esperanza, ya que la muerte no es el fin del hombre, sino sólo un medio para volver a su destino final: reunirse con su Creador. Los mismos teólogos concluyen, finalmente, otras tres cosas: la resurrección de Jesucristo testifica el inmenso poder de Dios mismo; creer en la resurrección es creer en Dios; Y en la resurrección de Jesús de la tumba, Dios nos recuerda su absoluta soberanía sobre la vida y la muerte.