TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 9 de agosto de 2016

LA LEYENDA DE LOS PURURAUKAS: Los soldados de piedra de los Incas

A través de la historia, toda nación quiere realzar su valor creando historias donde se pone de manifiesto su heroísmo y valentía frente al enemigo en los momentos mas difíciles y los Incas no fueron la excepción. Esta alegoría mitifica la victoria de su ejército sobre los invasores chancas en 1438, cuando aprovechando la debilidad del gobierno del Inca Viracocha, llegaron a poner sitio al Cuzco. En efecto, en un intento de engrandecer la hazaña de su sorpresiva victoria en la batalla de Yahuarpampa (en quechua: llanura de sangre) se cuenta que cuando el anciano Inca Viracocha y su hijo, el príncipe heredero Urco, huyeron cobardemente de la capital abandonando a los cuzqueños a su suerte ante la inminente llegada del poderoso ejército chanca, compuesto por unos 50 mil soldados, quienes habían constituido un reino belicoso en Apurimac (al norte del Cuzco) desde el cual amenazaron con conquistarlos. Ante la gravedad del peligro, el príncipe Cusi Yupanqui - hermano menor de Urco y segundo en la sucesión - solicitó el retorno de su padre para que dirigiera la defensa del reino. Pero ante la reiterada negativa del Inca a su pedido, Cusi Yupanqui - que tomo el nombre de Pachacutec - se puso al frente del ejército para combatir a los chancas, que tenían fama de ser feroces y sanguinarios y de los cuales se decía que jamás habían sido vencidos en batalla. Es por ese motivo que Pachacutec decidió reclutar a algunas etnias vecinas para resistir juntos a los invasores, pero nadie quiso unírseles más que los Canas. Cuando el ejército inca de 10 mil hombres se postró en el campo de batalla para esperar al enemigo que lo quintuplicaba en número de combatientes, ordenó levantar en las colinas cercanas pequeños montículos de piedra disfrazados de soldados para que a la distancia el ejército pareciera más numeroso. Según el relato, en plena batalla, los montículos de piedra, cobraron vida por voluntad de los dioses para favorecer a los incas, gracias a la ayuda divina por proporcionarles estos formidables guerreros de piedra, los cuales garrote en mano, dieron fácil cuenta de los chancas, quienes vencidos y aterrorizados ante semejantes monstruos del Averno, arrojaron sus armas y huyeron precipitadamente para salvar sus vidas, siendo alcanzados y exterminados en su mayor parte por los incas, quienes en un avance espectacular invadieron su reino y lo anexaron a su naciente Imperio. Los sobrevivientes de la matanza terminaron convertidos en esclavos y solo unos pocos liderados por Anqo Ayllo y Usccovilca - sus desgraciados generales - se refugiaron en la inmensidad del Amazonas, para escapar del castigo merecido y desaparecieron así de la historia. En cuanto al victorioso Pachacutec, destrono a su padre Viracocha, proclamándose emperador y con el realmente empezó la gloria del Imperio de los Incas. Se dice que los míticos guerreros al ver cumplida su misión, volvieron a convertirse en piedras; muchas de ellas fueron llevadas a los principales templos para ser venerados como dioses hasta la llegada de los españoles. Lo más probable sin embargo, es que todo el relato haya sido cierto, tal y como cuentan los cronistas, a excepción de la materialización de los soldados de piedra. Y es que cuando los Incas solicitaron ayuda a sus vecinos para hacer frente a sus despiadados enemigos, muchos de ellos esperaron para observar la batalla y esperar a qué bando se inclinaba la victoria para unírsele. Cuando se percataron que los Incas tenían el combate a su favor, decidieron ingresar en su ayuda desde las colinas vecinas donde eran meros espectadores, dando así la apariencia de que los montículos de piedra que allí se levantaron se transformaron en soldados de verdad. Cuenta otro cronista que desde entonces el mito de los Pururaukas fue uno de los más poderosos incentivos de las victorias incaicas. Los soldados del Cuzco entraban a la batalla animados por esa fuerza divina, sin miedo alguno y sus enemigos no osaban resistirles, tiraban las armas y se disgregaban, a veces sin llegar a combatir, al sólo grito que anunciaba la llegada de los temibles hombres de piedra. Es por ese motivo que hasta el día de hoy los cuzqueños los recuerdan como los sagrados pururaukas, los guerreros invencibles que volverán cuando el pueblo los necesite.