TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 8 de enero de 2019

LA CORDILLERA DEL CÓNDOR: ¿Enigmáticos pasajes a un mundo subterráneo?

En septiembre del año pasado se dio a conocer la existencia en la Amazonia de la entrada a una ‘Tierra de gigantes’ que se encontraría ubicada nada menos que en el centro de la Tierra. En esta ocasión la historia se repite, pero su localización nos remite a la Cordillera del Cóndor, ubicada en la frontera entre el Perú y Ecuador. Se trata de una zona remota y de difícil acceso, cuyos misterios insondables que alberga este rincón poco conocido del planeta, puede generar un sinfín de oportunidades por conocer más sobre cómo pudo haber sido el pasado, remoto y no tanto, de quienes forjaron las civilizaciones que anteceden al mundo, tal como se lo conoce hoy. En ese contexto, se trata de un lugar que aún tiene mucho por descubrir. Un ejemplo muy acabado es la llamada Cueva de los Tayos - ubicada en el lado ecuatoriano - sitio que si bien se conocía desde mucho antes, fue redescubierto hace algo menos de 50 años por el investigador húngaro János Móricz (1923–1991) y que ha develado varias cuestiones para analizar y muchas otras que se llevó a la tumba. Situada en las faldas septentrionales de esta cadena montañosa oriental de la Cordillera de los Andes, a una altitud aproximada de 810 metros de un suelo irregular, existe la entrada más conocida, quizá la principal pero no la única a un mundo subterráneo que, quizá, haya albergado alguna vez una civilización ya extinguida relacionada con el siempre misterioso inframundo y, lo más sorprendente, emparentada con los jíbaros, aquellos feroces nativos reducidores de cabezas. La entrada más conocida a ese intrincado mundo subterráneo tiene por acceso un túnel que, a diferencia de los habituales, se hizo en forma vertical, algo así como una chimenea de aproximadamente 2 metros de diámetro de boca y que supera largamente los 60 de profundidad. Con estas características, imaginar un descenso fácil es imposible. Es más, no cualquiera puede transitar ese canal descendente. Por eso mismo, quienes lo descubrieron y han investigado el sitio han utilizado una soga a modo de cabo y una polea para bajar. De allí, un verdadero laberinto se abre al explorador por kilómetros de enigmas bajo tierra, que deben ser recorridos en la más absoluta oscuridad. Las linternas más potentes son nada ante semejantes galerías, que bien podrían albergar un gran edificio de departamentos en su interior. El nombre de la Cueva de los Tayos tiene su razón de ser: en esas numerosas cavernas que se conectan habitan ciertas aves nocturnas, cuya visibilidad es casi nula y cuyo nombre científico es Steatornis Caripensis, pero se las conoce como tayos. Es la misma especie que se ha hallado en otras cavernas sudamericanas, pero con distinto nombre. ¿No será que todas las grandes cavernas que recorren extensas zonas bajo tierra del continente están en realidad interconectadas, y por eso las mismas aves aparecen en sitios tan distantes? Móricz estuvo por años recorriendo el territorio sudamericano, buscando como ingresar al inframundo. Es más, aseguraba que se podían encontrar entradas en varios sitios del continente. Sin embargo, luego de mucho transitar decidió enfilar rumbo a la Cueva de los Tayos. En sus inmediaciones habitan los Jíbaros, conocidos por el arte de cortar cabezas a sus circunstanciales rivales e invasores, para reducirlas a su mínima expresión, los cuales exhiben luego como ‘trofeos’. Pero además, ese pueblo y sus predecesores, fueron los primeros en explorar esos túneles que terminaban en amplias galerías. Al punto que para cada mes de abril bajaban a la cueva para hurtar los pichones de los tayos, que son más grandes que una paloma. Móricz entró en conversaciones con estos salvajes, quienes les relataron de todo cuanto había allí abajo. Hablaron de piedras talladas y le contaron cosas inimaginables. Su dominio del idioma magyar, una antigua lengua húngara, le facilitó muchos las cosas, porque sorprendentemente guarda muchas similitudes con el dialecto de los Jíbaros. Por eso, el investigador fue a lo seguro, aunque muchos también lo vinculan con una extraña orden esotérica húngaro-germana, hecho que podría explicar el profundo conocimiento esotérico que esgrimía en sus controvertidas entrevistas a diferentes medios periodísticos, en las que más de una vez citó sitios como Tierra del Fuego en la Argentina, el Cuzco en los Andes peruanos o el Lago Titicaca en Bolivia, como los posibles lugares desde donde "se puede descender al reino subterráneo". Móricz, al redescubrir el sitio declaró en esa fecha en Guayaquil y a través de un documento escrito con valor de acta notarial, que al ingresar a la cueva y luego de recorrerlas se encontró con varios objetos de enorme valor histórico-cultural para la humanidad porque - según aseguró - son pruebas una civilización desaparecida, contenidas en una serie de láminas metálicas con complejos ideogramas, y de la que consideró en ese momento no tener el menor indicio. Esto, además de un sinfín de elementos, extraños objetos, algunos inexplicables. Pero lo que resalta el investigador es aún más potente, ya que afirmaba que lo que se puede ver es apenas un pequeño muestrario de lo que en realidad es el mundo real de estos seres intraterrestres, dado que según sus propias palabras, este sitio está ubicado a tanta profundidad que al hombre no le resultaría nada fácil poder llegar. Empero, las afirmaciones de Móricz van más allá, dado que afirmó que en esas láminas o planchas metálicas, se encontraría condensada nada menos que la historia de la humanidad en los últimos 250.000 años. Demás esta decir que esta fabulosa biblioteca atrajo la atención de muchos curiosos, que luego sería popularizado por el escritor e investigador suizo Erich von Däniken, a través en su exitoso libro "El Oro de los Dioses". Esta es una de las sagas del polémico autor que se publicó en 1974 donde Däniken llegó a incluir varias imágenes entregadas por el mismo Móricz, pero además, llegó a fantasear con que había ingresado "entre sueños" a las cuevas, llegando al relatar que había visto la biblioteca metálica. Convertida en una de sus más logradas publicaciones, fue un bestseller mundial con 5 millones de copias vendidas y traducida a 25 idiomas. A raíz de esto se realizaron una serie de expediciones a las cuevas, pero una en particular es la que destacó. Fue en 1976 y la organizó el escocés Stan Hall, y que incluyó entre otros al ex-astronauta Neil Armstrong, quienes luego de ingresar en las profundidades para desarrollar sus "investigaciones geológicas y biológicas" afirmaron no haber "encontrado nada" , pero existen testimonios que se llevaron grandes cajas selladas de madera cuyo contenido actualmente se desconoce. En cuanto a las planchas y laminas metálicas dadas a conocer en su momento por Móricz, se dice que estos fueron entregados por los nativos al padre salesiano Carlo Crespi de la Iglesia de Maria Auxiliadora de Cuenca para su custodia, los cuales debido a su gran tamaño, fueron colocadas en el patio del convento, pero al poco tiempo fueron robadas y desde entonces no se sabe nada de ellas. Si el padre Crespi aun estuviese con vida, quizá podríamos rastrear el origen exacto de tan enigmáticas piezas que parecían ser muy antiguas, mostrando indiscutibles ideogramas en relieve, una suerte de "código de información" o "escritura". De ello, solo nos quedan las imágenes tomadas por el propio Móricz que pueden ser muy controvertidas, pero que no indican quienes fueron los seres que grabaron aquellas planchas. Quizás, no lo sepamos nunca.