Nuestra rutina diaria no nos permite siquiera sospecharlo, pero el Universo es un lugar peligroso y la vida, en cualquier planeta que se encuentre, se enfrenta a numerosas amenazas que podrían eliminarla de un rápido y brutal plumazo. Una de esas amenazas, asteroides, llamaradas solares o supernovas cercanas aparte, es que el planeta en cuestión sea “barrido” y expulsado de su propio sistema solar. Un equipo de investigadores de la Universidad de Tecnología de Teherán ha hecho los números y ha descubierto que la Tierra parece estar a salvo de una catástrofe similar… o casi. Sus resultados acaban de publicarse en ArXiv. Un acontecimiento de esas características tiene, siempre, un claro culpable: la gravedad, dueña absoluta de todo lo que se mueve en el Universo. De hecho, la misma fuerza que consigue mantener un planeta alrededor de una estrella durante incontables millones de años puede también, de repente, enviar ese planeta a las profundidades del espacio, condenándolo a vagar en soledad por el resto de sus días. Unas condiciones que, por lo que sabemos, resultan del todo incompatibles con la vida. Durante los últimos años, los astrónomos han encontrado un número creciente de planetas errantes, vagabundos espaciales que no orbitan alrededor de estrella alguna y que deambulan sin rumbo fijo en el vasto espacio interestelar. ¿Cuántos de ellos podrían haber sido expulsados de este modo de los sistemas en que nacieron? La gravedad parece una cosa simple, pero no lo es. En especial cuando entran en juego más de dos objetos interactuando a la vez. Baste con considerar solo a tres cuerpos orbitándose mutuamente para que las matemáticas asociadas se vuelvan intratables y sea, en la práctica, imposible predecir con exactitud cómo evolucionará ese sistema, que se vuelve caótico. El llamado “problema de los tres cuerpos”, en efecto, ha traído de cabeza durante siglos a los científicos que intentan en vano, una y otra vez, encontrar soluciones que permitan calcular sus posiciones relativas en un momento dado. El problema es que con tres objetos, cualquier pequeña desviación o cambio puede conducir a alteraciones masivas en un tiempo sorprendentemente corto. Dicho en otras palabras, lo que parece una situación tranquila y serena en un momento, como la Tierra orbitando alrededor del Sol, puede volverse peligrosamente inestable en el momento siguiente. Y si bien es cierto que los demás planetas de nuestro sistema también afectan y modifican la órbita terrestre, son demasiado pequeños como para causar grandes problemas. Muy diferente, sin embargo, sería el caso de una estrella errante que, en su camino, pasara cerca de nosotros. Cosa que, por cierto, sucede con relativa frecuencia. Si una estrella se acercara lo suficiente al Sistema Solar, podría empezar a cambiar la órbita de la Tierra. En el punto de máximo acercamiento, nuestro planeta obtendría un poco de energía adicional, un suave tirón gravitatotio procedente del visitante. No sería demasiado, pero si sucediera lo mismo año tras año, nuestro planeta podría ir sumando la energía suficiente como para alejarse del Sol, salir de la zona habitable (la distancia al Sol que permite la existencia de agua en estado líquido) e incluso, si se producen los tirones gravitatorios suficientes, la necesaria para que consiga vencer la atracción del Sol y abandone el Sistema Solar de forma definitiva. El hecho de que aún estemos aquí, sin embargo, significa que dicho escenario no se ha producido, por lo menos durante los últimos cuatro mil millones de años. Pero eso no quiere decir que no pueda suceder en el futuro. Y aquí es, precisamente, donde se enmarca el trabajo de Behzad Bojnordi-Arbab y Sohrab Rahvar, investigadores de la Universidad de Tecnología de Teherán. En sus simulaciones, los dos científicos consideraron todos los escenarios posibles: diferentes masas de estrellas entrantes en todo tipo de ángulos y con todo tipo de velocidades. Se trataba de ver qué circunstancias deberían darse para que uno de esos acercamientos diera como resultado la expulsión de la Tierra de nuestro sistema planetario. Una de sus conclusiones es que cuanto más rápido vaya la estrella visitante, mejor sería para nosotros, ya que dispondría de poco tiempo para “estropear” nuestro sistema solar. Incluso si la estrella igualara nuestra velocidad orbital alrededor del Sol (unos 106.000 km/h) tendría que pasar por dentro de la órbita de Júpiter para afectarnos lo suficiente como para expulsarnos. Por el contrario, las estrellas de movimiento lento resultan mucho más peligrosas. Y bastaría con que bordearan nuestro sistema de planetas para causar una auténtica carnicería en su interior. Por supuesto, la masa de la estrella visitante resulta de la máxima importancia, así como el ángulo de aproximación. Por ejemplo, si la estrella pasara a lo largo del plano del Sistema Solar, tendría muchas posibilidades de acercarse a nosotros lo suficiente como para desestabilizarnos. Si se acercara lo suficiente, podría incluso llegar a achicharrarnos, por lo que la cuestión de la expulsión pasaría a segundo plano… Con todas sus simulaciones en la mano, los investigadores las aplicaron a nuestro vecindario galáctico, utilizando para ello nuestro creciente conocimiento sobre las posiciones, las masas y las velocidades de las estrellas que nos rodean. Y al hacerlo, descubrieron que, como promedio, nuestro planeta solo tiene una probabilidad entre 15.000 de desestabilización orbital en el transcurso de toda su historia, algo más de 4.000 millones de años. O lo que es lo mismo, por cada 10.000 planetas similares a la Tierra en nuestro vecindario, solo uno habría sido expulsado de su sistema. Por supuesto, esos datos son válidos en la región externa de la Vía Láctea, donde (por suerte) está nuestro planeta, ya que la densidad de estrellas es muy inferior a la de las regiones centrales de la galaxia. Allí, en efecto, las cosas pintarían mucho peor, y la probabilidad de una catástrofe orbital sería unas 160 veces mayor. Una de las conclusiones del estudio, es que los centros galácticos son lugares que pueden llegar a ser muy hostiles para la vida. Aparte, una mayor radiación cósmica es letal para la biología. Ahora sabemos además que la densidad de estrellas puede multiplicar el número de estrellas visitantes y, por lo tanto, de planetas expulsados de sus sistemas. Si en cualquiera de ellos hubiera vida, las cosas podrían ponérsele extremadamente difíciles para sus habitantes, quienes tendrían un trágico final.