TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 11 de julio de 2023

EL TESORO LLANGANATIS: El oro perdido de los Incas sobre el que pesa una terrible maldición

En 1532, cuando el bastardo Atahualpa fuera capturado en Cajamarca mediante un hábil estratagema por el audaz conquistador extremeño Francisco Pizarro mientras se dirigía al Cuzco para ser coronado en el Coricancha luego de haber vencido al legitimo emperador Huáscar en una incruenta guerra civil, ofreció a sus captores una increíble cantidad de oro por su liberación. Embriagado con la perspectiva de riquezas ilimitadas, Pizarro aceptó el trato, y al poco tiempo, un hombre de confianza del usurpador, el infame general Rumiñahui, se encargaría de recoger el oro de todo el Imperio. Pero al enterarse de que este y sus hombres venían con un gran ejercito a entregar más de 750 toneladas de oro, Pizarro empezó a sospechar de ello, creyendo que en realidad planeaban rescatar a Atahualpa, por lo que ordeno que este sea juzgado por usurpador, traidor y regicida al haber asesinado a Huáscar, siendo por ello encontrado culpable de esos cargos y estrangulado inmediatamente. Al enterarse de la noticia, Rumiñahui ordenó que se escondiera el tesoro que transportaba en una zona deshabitada del norte de lo que hoy es Ecuador (ahora llamada los Llanganates), y si bien posteriormente este fuera capturado y torturado por los españoles, nunca reveló el lugar donde lo había ocultado, llevándose el secreto a la tumba. Los Llanganates, una cadena montañosa remota que se encuentra entre 2500 y 4500m (8202-14763 pies) de altitud, rara vez se visita y se encuentra en el extremo este de la Avenida de los Volcanes, donde las tierras altas centrales de Ecuador se extienden sobre la densa vegetación de la selva amazónica. Es un lugar con praderas frías y lluviosas, lagos, ríos y pantanos peligrosos, niebla densa y está húmedo todo el año. A pesar de las traicioneras condiciones, durante 500 años innumerables buscadores de fortuna con la esperanza de tropezar con el legendario tesoro Llanganatis - como desde entonces fue conocido - emprendieron la extenuante expedición por las montañas, sin resultado alguno, pereciendo muchos en el intento. El misterio del tesoro Llanganatis volvería a surgir pasado 50 años cuando el obispo José Valverde, se casó con una niña indígena local en Latacunga. Como regalo de bodas, su padre, el cacique de Pillaro, lo había llevado a un lugar en los Llanganates y le reveló el lugar donde se encontraba el tesoro escondido inca, enriqueciendo a Valverde de la noche a la mañana. En su lecho de muerte, el español legó la ubicación del tesoro al rey español en una guía críptica llamada 'Derrotero de Valverde'. El monarca ibérico enviaría más tarde una fallida partida de búsqueda que acabó con el ahogamiento de un fraile en los mortíferos pantanos de los Llanganates, no logrando su objetivo de localizar el tesoro. Tras permanecer olvidada durante cientos de años, fue redescubierta por el botánico inglés Richard Spruce en 1850, quien había viajado al Ecuador para encontrar el árbol de quina, cuyas semillas eran un ingrediente clave en la quinina, un fármaco contra la malaria. Arriesgando su vida en más de una ocasión, Spruce documentó una plétora de plantas alucinógenas y tóxicas de la Amazonía y anotó las lenguas de 21 tribus indígenas amazónicas durante su estancia en dicho país entre 1849 y 1864. Mientras residía en un pueblo llamado Baños, se entero del relato de Valverde y del mapa que lo acompañaba, publicándolos en el 'Journal of the Royal Geographic Society of London' en 1861. El mapa había sido dibujado por un botánico local que lo había marcado con las pistas proporcionadas por Valverde a solo unos años de su fallecimiento. Hubieron de pasar 36 años, y un cazador de tesoros llamado Barth Blake y su asociado, el teniente George Edwin Chapman, intentarían encontrar la cueva de Valverde luego de encontrar los manuscritos de Spruce. Imperturbable por la muerte de su compañero Chapman, quien murió en el viaje fuera de las montañas, Blake afirmó que había descubierto el tesoro Llanganatis en una serie de cartas enviadas a sus amigos. El escribió lo siguiente: “Junto a esto, el lugar contenía estatuas de tamaño natural de humanos, pájaros y jarrones de oro, llenos hasta el borde con exquisitas esmeraldas”. Sin embargo, Blake declaró que era imposible llevarse los artefactos de valor incalculable. Con la intención de regresar para recoger el tesoro en un segundo viaje, Blake se embarcó en un bote de regreso a Nueva York, pero nunca más lo volvieron a ver, y algunos afirmaron que lo empujaron por la borda. Era el inicio de la maldición que recaía sobre quienes se atrevieran a buscar el tesoro. Pasaron casi 100 años de aquello, cuando a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, el alpinista británico Joe Brown y su compañero escocés Hamish MacInnes intentaron encontrar el tesoro Llanganatis en una serie de expediciones que pondrían a prueba a los experimentados aventureros hasta sus límites. Al respecto, el diario de viaje de MacInnes 'Más allá de las montañas' documenta cómo intentaron 3 veces, en 1979, 1980 y 1981, descubrir un premio que los convertiría en los exploradores más célebres de su generación. En 1979, acompañados por el ilustre fabricante de equipos de escalada Yvon Choinard, el grupo iniciaría su viaje inaugural en la localidad de San José. Habían optado ingenuamente por realizar las expediciones sin la ayuda de guías y porteadores locales, decisión de la que luego se arrepentirían. El primer día, MacInnes sufriría una insolación y, durante la mayor parte del viaje, Brown sufrió disentería. Sin experiencia con el terreno, los hombres sufrieron más dificultades para cortar la "hierba de flecha" local que crecía en densos matorrales por todas partes, podía medir 6 metros de altura (19,69 pies) y era muy afilada. Los escaladores, al darse cuenta de que las condiciones eran demasiado peligrosas, decidieron regresar. En el camino se perdieron nuevamente siguiendo los rastros de los tapires, pero con la ayuda de la brújula de Brown pudieron reorientarse de regreso a Ambato, su punto de partida. MacInne's recuerda cómo: "Nuestros labios estaban agrietados y sangrando por el sol y la ropa rasgada y negra por el humo de la fogata". Para explorar con rigor los Llanganates para la cueva de Valverde, entendieron que necesitaban traer un equipo más grande. Al año siguiente trajeron consigo a otros dos peces gordos del alpinismo británico, Mo Anthoine y Martin Boysen, y, reflexionando sobre sus errores del año anterior, contrataron a un equipo de guías y porteadores locales para ayudarlos en su camino. Inicialmente, siguiendo un camino marcado, la caminata transcurrió sin problemas, sin embargo, estas surgieron cuando el camino comenzó a alejarlos de la dirección prevista. Los guías locales querían seguir el camino, pero los británicos favorecían una ruta más directa que los llevaría de nuevo a través de peligrosos “pastos de flecha”. No impresionados por sus elecciones, la mayoría del equipo dejó a Brown y MacInnes y regresó a San José. La banda de montañeros siguió adelante, pero sin la ayuda de los machetes de su tripulación, el avance a través de la espesa maleza se ralentizó considerablemente. El único machete que quedaba en buen estado, se rompió y decidió recuperar algunos machetes en San José, un viaje de ida y vuelta de 5 días. Los aventureros que luchaban continuaron con solo un cuchillo de combate nepalí para ayudarlos a navegar a través del follaje impenetrable. Desafiando enredaderas mortalmente afiladas, picaduras de hormigas rojas y barro húmedo que chorreaba, finalmente llegaron a un valle empinado, donde MacInnes vio un paso cerca de un área de deslizamiento de tierra que pensó que estaba marcada en el mapa. Dirigiéndose a la parte superior del deslizamiento de tierra, el equipo descubrió para su consternación un campo de rocas de 80 metros (262,47 pies) de profundidad, que habría cubierto los restos de una mina inca. Peor aún, cuando fueron a reunirse con su grupo de socorro, solo encontraron sus huellas. Afortunadamente, Martin Boysen, un hábil rastreador, pudo seguirlos hasta un pueblo llamado La Serena, donde les revelaron la existencia de “minas incas” cercanas. En su expedición final en 1981, Brown y MacInnes regresaron para buscar dichas “minas” de las que habló Nelson, solo para encontrar nada más que una estructura de piedra seca. Se habían olvidado de traer a un arqueólogo que pudiera explicar esta característica, por lo que regresaron a casa, con las manos vacías pero rebosantes de historias. Mientras que Brown, MacInnes y sus equipos vivieron para contarlo, otros no tuvieron tanta suerte. Tal vez inspirados por los montañeros británicos, en 1986, Davis Groover, Bill Johnson y Edison Cristóbal Guevara se propusieron encontrar el tesoro perdido, adentrándose en la selva tropical con seis guías. En su camino de regreso a Latacunga, el grupo se dividió por una niebla infranqueable y se perdió. Johnson, que sufría de un brazo roto, deshidratación y agotamiento, fue el primero en ser recuperado por un grupo de estadounidenses que también habían estado buscando oro, y a los 2 días, Guevara fue encontrado en un estado igualmente lamentable. Pero su amigo David Groover no sobrevivió, ya que murió de hambre y exposición. Sin inmutarse por las consecuencias potencialmente mortales, a principios de la década de 2000, el británico Mark Honigsbaum buscó el legendario tesoro con la ayuda de otros 2 aventureros que afirmaban haber descubierto oro inca de forma independiente. Para no despertar sospechas, decía que viajaba a Ecuador “para encontrar el medicamento contra la malaria desarrollado por Richard Spruce”, pero los planes de Honigsbaum eran otros y luego de enterarse de que la Fuerza Aérea Ecuatoriana, había enviado paracaidistas a un cráter de montaña en el noreste, se convenció que este era el lugar donde estaba el tesoro. Así, tras, recuperar el relato de Valverde y el mapa de los Archivos Nacionales de Kew en Londres, se dirigió a “la tierra prometida de los incas”. Antes de partir, Honigsbaum contempló la tarea que tenía por delante: "Estaría emprendiendo no solo un viaje a un lugar desconocido, sino lo que Carl Jung llamó un viaje 'arquetípico': una exploración, por así decirlo, de los antecedentes colectivos de todas las leyendas de tesoros. Tenía que ir allí". Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca se encontró el oro. Reflexionando sobre su viaje, Honigsbaum creía que el tesoro se había perdido para siempre, tras haber sido arrojado a un lago, que luego se volvió inaccesible debido a los terremotos. En el 2013, un equipo multinacional del Reino Unido afirmó haber descubierto el tesoro en un pequeño cañón escondido entre la Reserva Río Zunac y la carretera Baños a Puyo. Una estructura de piedra de 79 metros (260 pies) de ancho y alto, que se cree que fue hecha por el hombre, fue un foco particular de interés. Benoit Duverneuill, arqueólogo y parte de la tripulación, divulgó más detalles: "Parece una pared pavimentada, una calle o plaza antigua con un ángulo de 60 grados, quizás el techo de una estructura más grande. Muchas de las piedras estaban perfectamente alineadas, tienen bordes afilados y parecían haber sido esculpidas por manos humanas". El descubrimiento, sin embargo, fue una noticia sensacionalista. De hecho, los lugareños conocían el lugar desde 1997, cuando un guía local llevó al fotógrafo Olivier Currat para tomar fotografías. Las imágenes de la ubicación incluso habían aparecido en el libro de Honigsbaum Valverde's gold /El oro de Valverde) desde el 2004. Posteriormente se descubrió que la 'pirámide', como la llamaron entonces, era una formación natural según un informe de diciembre del 2014 presentado por el Gobierno ecuatoriano. A pesar que desde entonces se duda de la existencia del tesoro, ya que no hay evidencia histórica o arqueológica que la respalde. Es más, el relato de Valverde es famoso por ser confuso y poco confiable. Sus distancias son imprecisas y los puntos de referencia a los que se refiere tienen nombres poco claros. Pero a pesar de ello, la mera posibilidad de la existencia de riquezas incalculables sigue siendo una perspectiva seductora para muchos codiciosos aventureros, quienes aún hoy arriesgan sus vidas en la búsqueda del oro inca, y que incluso, la existencia de una maldición no los detiene.. En 1993, Bill Johnson, cuya expedición condujo al desastre en 1986 y a la trágica muerte de David Groover, buscó $300,000 dólares para financiar otro viaje a los Llanganates. Había estado buscando el tesoro desde 1982, completando la asombrosa cifra de 16 expediciones. A pesar de su cuestionable realidad, está claro que el citado tesoro sigue siendo una poderosa motivación para los buscadores. Porque, como relata Honigsbaum: "No importa cuántas veces prometan usar un lápiz y respetar las normas que rigen el manejo de documentos preciosos. Si tropiezan con un mapa del tesoro o alguna otra pista sobre la ubicación de un tesoro perdido, es probable que arranquen las páginas directamente del libro".