TIEMPOS DEL MUNDO
martes, 20 de febrero de 2024
NUESTRO DESTINO ES INEVITABLE: ¿Cómo será el último día sobre la Tierra?
De vez en cuando llaman a la puerta de casa los miembros de alguna secta milenarista atemorizándonos con la inminente llegada del fin del mundo. Siempre nos informan que sólo los justos y los buenos se salvarán y, curiosamente, los únicos hombres buenos son, con toda justicia, ellos. Pero podemos dormir tranquilos. No hay ningún motivo para presuponer que esos terribles cataclismos cósmicos con los que nos pretenden asustar vayan a suceder en un futuro cercano, ya que antes podría ocurrir incluso un Apocalipsis nuclear como consecuencia de lo que está sucediendo en Ucrania. Sin embargo, sí es cierto que el fin del mundo llegará ineludiblemente sobre nosotros. Claro está, no se trata de algo inminente, sino de una hecatombe que tendrá lugar dentro de 7.000 millones de años, día arriba, día abajo. El culpable de todo será, ironías de la vida, quien hoy nos da la vida. El destino del Sol se conoce con bastante exactitud. Al igual que a los coches se les acaba el combustible, por lo que llegará el día en que se le terminará el hidrógeno en su centro, la zona del reactor de fusión. ¿Qué ocurrirá luego? El núcleo se contraerá y la envoltura se expandirá lentamente. Y de esa forma engullirá y volatilizará inicialmente tanto a Mercurio como a Venus. El calor liberado modificará totalmente el aspecto del sistema solar. No sólo vaporizará los planetas interiores, sino que llevará la primavera al cinturón de Kuiper, un almacén de cometas, asteroides y planetoides en la órbita de Neptuno y al que pertenece Plutón. Durante la expansión, la superficie solar se irá haciendo cada vez más fría e irá adquiriendo una tonalidad rojiza. Lo que no se sabe es si alcanzará la órbita de la Tierra antes de detener su expansión, aunque diversos estudios creen que si. Para cualquier astrónomo extraterrestre, dentro de 7.000 millones de años, el Sol no será una pequeña estrella amarilla sino una gigante roja, una estrella que habrá entrado en los últimos millones de años de su vida. En efecto, nuestro Sol será un anciano. Si la Tierra logra sobrevivir a la expansión, nos encontraremos ante un infierno sin vida, brillando con un color rojo pálido. Una Tierra que siempre mostrará una de sus caras al Sol debido a un peculiar efecto gravitatorio a largo plazo llamado acoplamiento de marea, de maneras que se sincronizan el periodo de rotación con el de traslación. En la parte del mundo iluminado por un Sol que cubre amenazante el cielo - ya que será 250 veces más grande de lo que es hoy - la superficie estará a más de 2000º C, con un océano de magma y rocas vaporizadas en un aire inflamado por el calor. Mientras, en la otra mitad de medianoche eterna las temperaturas son más difíciles de predecir: todo depende de si el planeta posee una atmósfera perceptible. En ese caso, los débiles vientos transportarían el calor del hemisferio diurno convirtiendo el lado oscuro en algo parecido a un tostador. Pero si por algún motivo no quedara una brizna de aire, el frío sería helador. El lugar más parecido es Mercurio, que con una débil atmósfera las temperaturas a mediodía alcanzan los 350º C –se funde el plomo- y por la noche se desploman a -170º C. Las predicciones para la Tierra determinan que la zona oscura será aún más fría, alrededor de -240º C. En un ambiente tan fantástico aparecen comportamientos climáticos exóticos. En el lado cálido, metales como el silicio, magnesio y hierro, junto con sus correspondientes óxidos, se evaporarán del océano de magma y pasarán a la atmósfera. Pero en la insólita zona crepuscular, o terminador, que separa el día de la noche perpetuas, estos vapores condensarán: lloverá hierro y quizá nieve monóxido de silicio. Ya en el lado oscuro la nieve será de potasio y sodio. El frío allí será suficiente para congelar el dióxido de carbono, el dióxido de azufre y el argón formando una inmensa capa bajo la cual podrá encontrarse hielo en estado puro, si es que todavía no se ha perdido toda el agua del planeta. Con suerte, en la zona crepuscular también podrá hallarse algo de agua líquida, triste recuerdo de quien en su día fue conocido como el planeta azul, y que termino convirtiéndose hace mucho en una roca muerta. Entretanto, mirando al cielo desde los océanos de magma, se observará un proceso extraordinario: las capas más externas de la estrella se irán perdiendo lentamente en el espacio en un proceso que durará varios millones de años para acabar formando una nebulosa planetaria. Los brillantes gases pasarán por nuestro planeta en un increíble espectáculo que durará millones de años creando una envoltura alrededor del Sistema Solar que acabará disipándose como un anillo de humo. Mientras, el núcleo del Sol se encogerá hasta convertirse en una enana blanca, donde la materia se encuentra tan comprimida que una sola cucharadita de enana blanca pesa más de una tonelada. Por desgracia, es muy posible que nuestro planeta no pueda asistir a semejante espectáculo. Según los cálculos de los astrónomos Klaus-Peter Schröder y Robert Connon Smith el Sol perderá la tercera parte de su masa en su evolución a gigante roja. En definitiva, cuando el Sol alcance la fase de gigante roja será 256 veces más grande y 2.730 veces más luminoso que hoy. La calcinada Tierra de seguir existiendo, prácticamente inmersa en la cromosfera solar, producirá en ella algo parecido a un chichón de gas que seguirá a nuestro planeta en su órbita. El rozamiento resultante lo frenará y finalmente caerá hacia la estrella. Fin del viaje. Mientras, el inmutable Sol seguirá su camino hacia su muerte como enana negra.