TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 7 de abril de 2015

EL HIPOCAMPO DE ORO: El aliento de la muerte

Dice la leyenda que en las profundidades desconocidas de los mares de la costa peruana existe una misteriosa criatura muy similar a la forma de un caballo que ayuda a los pescadores a realizar una buena pesca. Según se cuenta, esta criatura siempre espera el momento exacto para aparecer como una luz muy brillante y esta es la señal que indica a los pescadores que deben de lanzar sus redes al mar. Sin embargo, a pesar de su apariencia inofensiva, esconde un profundo secreto. Si bien era el rey de las profundidades del mar, no era feliz, ya que su peculiar composición orgánica lo obligaba cada cierto tiempo a proveerse de nuevos ojos, pero no cualquiera, sino aquellos que sentía que le estaban predestinados. También necesitaba de una nueva copa de sangre (que le daba brillantez a su cuerpo), así como de azahar de durazno de las dos almendras (que le daba el poder de la sabiduría). Es así que para procurarse de los dos primeros elementos que necesitaba para sobrevivir, recurría a diversos engaños llevando a desafortunados pescadores y navegantes a sus dominios, prometiéndoles innumerables riquezas, donde al final debido a su codicia, les esperaba un trágico desenlace. En cuanto al azahar del durazno de las dos almendras - el cual solo se puede conseguir viajando a un bosque lejano - el Hipocampo adoptaba forma humana para obtenerlo. Es de esta forma que conoció a una mujer blanca, joven y bella pero estéril, la cual poseía en cambio la fuerza vital que necesitaba el Hipocampo: sus ojos y su sangre, así como la fortaleza de realizar un largo viaje en busca del azahar de durazno. Conociendo su triste situación y al enterarse que estaría dispuesta a todo a cambio de obtener la capacidad de concebir un hijo, el Hipocampo decide aprovecharse de ello y le concede su mas profundo deseo y antes de irse a la mañana siguiente, le advirtió que en el transcurso de tres años, tres meses, tres semanas y tres días debía ir a la orilla del sur y que allí nacería el fruto de su amor. Al cumplirse la fecha prometida, ella se encamina al lugar donde habían quedado en reencontrarse, pero en su camino se cruzó con unos pescadores quienes le advirtieron de la salida del Hipocampo de Oro, el cual frecuentaba el lugar en busca de nuevos ojos, su copa de sangre y el azahar del Durazno de las dos almendras, elementos vitales para poder continuar siendo soberano en el fondo del mar. Ella espera la llegada del Hipocampo y producido el encuentro se entabla un diálogo. La criatura le explica sus necesidades y le dice que sería capaz de dar cualquier cosa por obtenerlas. Glicina se ofrece a darle sus ojos y su sangre y a buscarle el azahar de durazno, todo ello a cambio de la capacidad de procrear un hijo, recordando el fruto de su amor con el misterioso caballero navegante hace tres años. El Hipocampo se descubre ante ella revelándole que el fue quien la visitó esa fecha y prometió cumplir su promesa esa noche, indicándole el camino para llegar al bosque donde se encuentra el durazno. Luego de un penoso viaje, ella regresa con lo prometido, cuando ya estaba a punto de salir el sol. El Hipocampo, que lo esperaba lleno de angustia, le pidió la copa de sangre; ella se abrió el pecho y se cortó una arteria, llenando con su sangre la copa que el Hipocampo bebió de un sorbo. Luego, ella le entregó el azahar de durazno de las dos almendras, que el Hipocampo guardó en el corazón de una perla. Acto seguido, Glicina se arrancó los ojos y los entregó al Hipocampo, el cual se los colocó en sus cuencas ya vacías. Cumplida su parte, Glicina le pidió el hijo prometido. El Hipocampo le dijo que se llevara el tallo del cual había arrancado los tres pétalos y que su hijo nacería en la mañana siguiente. Le ofreció también duplicar la virtud que desease para su hijo y ella pidió que fuera la del amor. El Hipocampo le concedió su deseo, pero le advirtió que moriría después que naciera su hijo. Ella le agradeció de todos modos, ya que valía la pena morir por lo que siempre había deseado: un hijo, pero el Hipocampo ya no la escucho, porque regresó feliz hacia su reino, en las profundidades del mar….