TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 14 de abril de 2015

LOS REDUCTORES DE CABEZAS: Una siniestra costumbre que persiste en la Amazonia

Popularizados por la literatura de exploración y de aventura por su técnica de reducción de cabezas, los jíbaros son hasta nuestros días uno de los pueblos más salvajes de América Latina. Este carácter salvaje y el miedo que sentían por ellos sus enemigos, hicieron de los jíbaros una de las pocas tribus que sobrevivieron a la invasión de América del Sur por los europeos. La siniestra reputación de los jíbaros no se inicia con su encuentro con los españoles, ya que incluso los Incas les temían. En efecto, cuando el año 1450, el ejército de Tupac Yupanqui durante la conquista del reino de Quito, llega a una provincia oriental - situada en la actual frontera entre el Perú y Ecuador, al norte del río Marañón - y tienen una desagradable sorpresa: encuentran cientos de cabezas reducidas en una de sus incursiones y al averiguar quienes son los responsables de tales atrocidades, deciden castigarlos con sumo rigor. Y es que los Incas sienten una violenta repulsión hacia aquellos salvajes: no sólo son feroces combatientes, sino también decapitan a los enemigos vencidos y reducen sus cabezas hasta que queden más pequeñas que sus puños. Si bien los Incas terminan por ganar la guerra, no logran someter completamente a los jíbaros, quienes se refugian en la densa selva del Amazonas. Desde entonces, los jíbaros son parte de un pequeño grupo de culturas lingüísticamente aisladas. Viven de la caza, de la pesca y de la recolección. La unidad social básica es la familia, en su sentido amplio: viven agrupados en una casa grande, dividida en dos partes, una de ellas reservada a los hombres y la otra a las mujeres. Esta vivienda, en sí misma una suerte de pueblo, es generalmente parte de un grupo mayor de casas, cuya cohesión se basa sobre todo en los lazos familiares, Los jíbaros son también guerreros y su sociedad igualitaria funciona con un jefe sólo en tiempo de guerra. Pero éstas son numerosas: la etnia tiene como enemigo hereditario a los achuaras, una tribu vecina. Sin embargo, los achuaras no son suficientes para saciar los instintos sanguinarios de los jíbaros y, cuando el enemigo escasea en el exterior, se matan a veces entre sí con los pretextos más diversos, por el solo prestigio guerrero. El gran guerrero es aquel que mata más enemigos. De cada victoria conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego reducida. Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de guerra durante las fiestas tradicionales. Pretende, además, que el espíritu del muerto, - el muisak - no vuelva para vengarse del asesino. Por ello, el guerrero que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual, destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza, cuidadosamente reducida. Su preparación dura varios días y las operaciones materiales se alternan con las ceremonias mágicas. Para evitar la descomposición, la reducción empieza al ser decapitado el enemigo. Los párpados son cocidos para que el muerto no pueda ver lo que lo rodea y la piel endurecida se tiñe de negro para que su espíritu quede para siempre sumido en la oscuridad. Los huesos del cráneo son retirados previamente y los ojos y los dientes son lanzados en ofrenda a las anacondas de los ríos. Una vez que el ritual ha terminado, se hace un orificio en la parte superior de la cabeza reducida, por el que se introduce un lazo. Luego, es envuelto en una tela y guardado por el guerrero en una vasija de barro. Durante las fiestas, los guerreros lucen sin miedo las cabezas de sus enemigos colgadas al cuello y que no hay razón para temerle, ya que el muisak está encerrado para siempre. A partir del siglo XIX, los jíbaros comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas. Los traficantes revendieron los trofeos en Europa, donde se convirtieron en curiosidades buscadas por los coleccionistas y los museos. Hoy en día las comunidades de jíbaros - ubicadas entre el Perú y Ecuador - que nunca fueron totalmente pacificadas por los blancos, tienen guerras periódicamente. Se dice que continúan reduciendo algunas cabezas, a pesar de estar totalmente prohibido. Y es que en pleno siglo XXI, no cabe duda que sus bárbaras costumbres aún prevalecen.