TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 17 de octubre de 2023

CASA DE PILATOS: La maldad de los judíos en toda su magnitud

Frente a la iglesia de San Francisco, sobre la antigua calle el Milagro (hoy jirón Ancash), existe una casona considerada como una de las más antiguas de Lima, de especial arquitectura, que no se asemeja a otras de las de la Ciudad de los Reyes. Que la casa perteneció a un conquistador, compañero de Francisco Pizarro, lo prueba la escalera que está colocada frente a la entrada; ya que parece que eso era una prerrogativa acordada por los conquistadores. Esta era una casa misteriosa, que se prestaba para toda clase de conjeturas; En efecto, todo el que pasaba delante de ella, sea limeño o extranjero, no dejaba de detenerse para ver con curiosidad el interior. Ricardo Palma cuenta al respecto en sus Tradiciones Peruanas que esta casa era conocida por la Casa de Pilatos. Pero ¿porque la denominaban así? Construida en 1590, medio siglo luego de la fundación de Lima y cuando los jesuitas acababan de llegar al Perú. Quien trazó los planos fue el padre Ruíz del Portillo, superior de esta orden, quien mantenía amistad con un rico mercader español apellidado Esquivel, propietario del terreno. Precisamente, el Monasterio de San Francisco se había terminado de construir en 1546, y de la obra habían sobrado maderas y ladrillos que Esquivel aprovechó en comprar a un ínfimo precio; Así, el mismo arquitecto que edificaba el Colegio Máximo de San Pablo, se encargó de construir la casona, un edificio sólido, resistente a los temblores, que, ciertamente, no son pocos los que ha resistido. Se decía que en los sótanos existía una ancha galería que comunicaba con el convento de San Pedro donde habitaron los jesuitas. Palma cuenta que ese subterráneo era un lugar que le venía de perilla a los futuros escritores, ya que ahí se podían crear muchas historias de conspiraciones. ¿Pero para qué se hizo ese subterráneo? Ni Palma lo sabía ni tampoco le interesaba saberlo. Hasta 1635 la casa sirvió de posada para mineros y comerciantes portugueses. Por esa época, la plaza del mercado se situaba en San Francisco y el patio de la casa fue ocupado por los vendedores de frutas. La casona fue heredada por doña María de Esquivel y Járava, esposa de un general español; Muerta ella, la Inquisición, por deudas contraídas y tras tres años de juicio, decidió rematarla. Don Diego Esquivel y Járava, de origen cuzqueño, no quiso que la propiedad de su tía abuela pasara a familias extrañas por lo que pagó la deuda de los acreedores. Fue luego de la Independencia cuando la casona pasó a otros propietarios. Sin embargo, hay quien no deja de preguntarse ¿Pero por qué se llama Casa de Pilatos? Hay una versión que nos da el motivo. Según se dice, en agosto de 1635 y cuando la casa estaba arrendada a mineros y comerciantes portugueses, pasó por ella un viernes por la noche, un joven que había tomado unos tragos de más. El joven al notar que la puerta estaba sin cerrojo, ingresó, al ver luces en los altos y escuchar ruidos de gente, pensó que se trataba de una jarana, subió por la escalera de piedra. Al llegar al segundo piso, caminó por los corredores hasta llegar a una ventana, pudo ver, a través de ella, que se trataba de un gran salón cuyas paredes estaban tapizadas de un género color negro. Notó que bajo un dosel estaba el hombre más acaudalado de la ciudad, el portugués don Manuel Bautista Pérez, y hasta cien compatriotas suyos sentados en unos escaños escuchando en silencio el discurso de Pérez Bautista. Frente al dosel, había un crucifijo en tamaño natural. Cuando terminó de hablar Pérez, todos los asistentes, menos él, fueron por turno levantándose de sus asientos, avanzaban hacia el crucifijo y todos iniciaban a flagelar al Cristo. Pérez - como Pilatos - autorizaba este castigo. El intruso no pudo ver más, se escapó como pudo de la casa y fue con el dato a la Inquisición que a las pocas horas les echó la mano a Pérez Bautista y a los cien judíos portugueses, mientras el crucifijo profanado fue llevado en procesión a la iglesia de San Pedro. Bajo tormento Bautista confeso que era el rabino de la congregación y que utilizaba la casona como sinagoga para sus aberrantes prácticas. Por ese motivo, este sujeto junto con diez de sus correligionarios, fueron quemados vivos en el auto de fe de 1639. Asimismo, cincuenta portugueses más fueron castigados a latigazos, todos ellos poseedores una gran fortuna que les fueron embargados y obligados bajo pena de muerte a que se ‘conviertan’ en cristianos. Demás está decir que muchos de ellos no aceptaron el trato y terminaron de combustible para la hoguera. Entretanto, al judío Bautista Pérez los limeños le pusieron el apodo de Pilatos, y desde entonces, la casona quedó bautizada con ese nombre. Cabe destacar que en el siglo XIX, cuando llegó la Independencia a toda América, fue en esa casona donde funcionó la primera logia masónica preparatoria para la llegada de San Martín. Tras ser comprada por el gobierno peruano durante el segundo gobierno de Manuel Prado, se convirtió en sede de la Casa de Cultura (antecesora del Instituto Nacional de Cultura) hasta que tras la promulgación de la constitución de 1993 se instalo el Tribunal Constitucional (TC) que hasta ahora la ocupa. No cabe duda que hoy como ayer, los crímenes de odio practicados por los judíos no ha cambiado un ápice, y si Occidente no fuera cristiano, hace mucho que su presencia en Tierra Santa hubiera sido arrasada - ya fueran iglesias o monasterios - como hacen con las mezquitas de los musulmanes, exterminando además a sus feligreses como actualmente ocurre en Gaza. Pero ganas de hacerlo no les falta, como demuestra la existencia de grupos extremistas que hostilizan a las pequeñas comunidades cristianas, vandalizando sus lugares sagrados y en más de una ocasión las han incendiado, como ocurre especialmente con la Abadía de la Dormición, blanco frecuente de estos criminales que son alentados por el ocupante sionista. Y luego, son estos los que se dan de “victimas” cuando en realidad son los verdugos. Siempre lo han sido. De ello no hay duda alguna. Y en cuanto a la Casa de Pilatos, un acertado nombre por el acto de profanación cometido por los judíos, siendo castigados como merecían.