Convertido en uno de los hechos más controvertidos de la historia ya que inclusive no existe prueba alguna de su existencia, es inconcebible que a pesar de los siglos transcurridos, todo lo referente a Cristo haya calado tan profundamente en la mente de muchas personas, a pesar de las grandes contradicciones que lo rodean. No debe sorprender por ello que para la gran mayoría de la humanidad, toda esa mitología acerca de la concepción “mágica” de Jesús, la leyenda de un ángel que conversa con una madre virgen para anunciarle que carga la simiente de un ser sobrenatural, y que narra la aparición de una peculiar “estrella” que brilla de súbito en el cielo para guiar a otros personajes míticos como los Reyes Magos, no resulta menos fantasiosa que la existencia - por ejemplo - de aquellos trineos voladores tirados por renos alados que llevan a Santa Claus en Navidad. La verdad es que nadie sabe cuándo o dónde nació Jesús. Ni siquiera se ponen de acuerdo los evangelistas: según Lucas, Jesús habría nacido nueve años antes de la muerte de Herodes el Grande, mientras que Mateo fija esta fecha dos años antes de su muerte. Tampoco sabemos el lugar. Según los Evangelios, nació en Belén, aunque para algunos historiadores es bastante probable que ello no sea más que una invención para reafirmar su ascendencia davídica. El silencio en la historiografía de la época de Jesús es asombroso, señala Karlheinz Deschner, quizás el mayor erudito e investigador de la historia del cristianismo. Resulta pasmoso que ningún historiador de su época hablara “del más grande de los galileos”, ni en Grecia, ni en Roma ni en Palestina. Ni Petronio ni Lucano lo mencionan. Tampoco existen referencias en Plinio el Viejo, ni en Plutarco. Ni siquiera Justo de Tiberíades, contemporáneo y vecino suyo, lo nombra. Tampoco el mayor conocedor del judaísmo de su época, Filón de Alejandría, se refiere a Jesús en sus escritos. Las primeras alusiones a su figura datan recién del año 112 d.C., y provienen de Plinio el Joven, quien sin duda recoge una versión interesada de los primeros “cristianos”. Es cierto que existen breves referencias a ese personaje por parte de Flavio Josefo, que es para los apologéticos la mayor “prueba” de la existencia de Jesús, fuera de las Sagradas Escrituras, sin embargo, son muchos quienes han dudado de la autenticidad del documento flaviano. La sospecha de que podría tratarse de una falsificación cristiana del siglo III se sustenta en estudios filológicos, ya que el estilo del texto no permite reconocer a Josefo. Llama la atención, por ejemplo, que un judío ateo diera testimonio de milagros, de resurrecciones y profecías. Señala además Deschner que ninguno de los antiguos padres de la Iglesia hace mención de la supuesta cita, ni Justino, ni Tertuliano ni Cipriano. Y añade otro argumento: se conoce la existencia de un manuscrito del mismo texto, que data del siglo XVII, y que perteneció al teólogo holandés Gerhard Johann Vossius, en el que no se dice ni una palabra sobre el tal Jesucristo. Sus seguidores - por el contrario - alegan que la existencia del Jesús histórico está más que demostrada. Como parte de las “pruebas”, se cita un pasaje de los “Anales”, de Tácito, en el cual se hace alusión a un hombre crucificado por órdenes de Poncio Pilato. No obstante, muchos historiadores dudan de su autenticidad, ya que resulta sospechoso que la cita aparezca por primera vez en un manuscrito del siglo XI sin que nadie mencionara nada al respecto durante diez siglos. No sobra advertir que también se ignora la fecha exacta de la llamada crucifixión. Algunos la sitúan entre el año 26 y el 36 d.C., período en que Pilatos fue prefecto de Judea, mientras que otros, como Ireneo, obispo de Lyon, aseguran que Jesús era ya quincuagenario “cuando fue crucificado”. Como señala el teólogo Hans Joachim Schoeps, de los Evangelios “no es posible deducir al Jesús primigenio, tal y como realmente fue ya que esta construido en base a una mentira”. Es por ello que la figura del tal Cristo es una construcción mítica de sus seguidores, ya que todo lo que conocemos sobre su vida y sus enseñanzas proviene de la tradición oral y de historias fragmentarias, a menudo contradictorias, escritas por primera vez entre sesenta y cien años después de su muerte, en base a relatos inventados ya que ninguno de ellos fue contemporáneo suyo y ser testigo de sus “milagros”. Así, Marcos jamás escuchó a Jesús en persona, y solo escribió lo que recordaba “habérsele oído” a Pedro. Lo mismo es cierto para Mateo y Lucas. Y son mayoría los historiadores que ven en el cuarto evangelio - el de Juan - un texto ahistórico, explica Deschner. ¿Quién fue en realidad Jesús? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Para unos fue un profeta apocalíptico; para otros, un revolucionario y un taumaturgo. Para los cristianos, el hijo de Dios. Lo más razonable, sin embargo, es pensar que este personaje no sea más que una amalgama de realidad y ficción, una figura mítica surgida del delirio de la fe, tal como reconocen los teólogos más críticos, quienes admiten que “nada puede comprobarse de su vida, ni de su desarrollo, ni de sus estadios, ni de lo que realmente sucedió”. Es más, no se conoce el original de ningún libro bíblico. Aquellos que existen son copias de copias, de otras copias, con historias inventadas y enseñanzas agregadas posteriormente por quienes los escribieron. “De los originales solo perdura una selva de variantes, añadidos, supresiones…”, afirma el teólogo Hans Lietzmann. El ruido informático acumulado a través de los siglos es incalculable. De ahí que los textos neotestamentarios no tengan el más mínimo interés como documentos históricos, en opinión del teólogo y erudito en lenguas antiguas, Kendrik Grobel. Resulta increíble que sean muchas veces los mismos creyentes los menos interesados en conocer la verdadera historia de su fe, prefiriendo vivir en el engaño. Quizá tenga razón Nietzsche cuando afirmó que el cristianismo es el arte de repetir hasta la saciedad una mentira para convertirla en una “verdad”. Y todo indica que así lo fue.