Ubicada en un antiguo barrio colonial de Lima hoy venido a menos, se ubica una vieja casona de estilo austro- húngaro construida en el siglo XIX por el ingeniero alemán Óscar Augusto Heeren que con el tiempo llego incluso a ser sede de varias embajadas. Sin embargo, como toda vieja casona que se respete, también tiene sus historias de fantasmas, las cuales - según se dice - son anteriores a la construcción de la residencia en dicho lugar. Se cuenta que durante algunas noches suele aparecerse un jinete decapitado montando un caballo blanco y arrastrando unas pesadas cadenas. Según se afirma, el jinete aquel fue un ciudadano español de fortuna que vivió en la zona durante la época de la colonia, el cual, víctima de la envidia de sus vecinos, fue acusado falsamente de herejía ante la siniestra Inquisición, y que al no tener amigos influyentes que lo salvaran, estaba perdido de antemano. Es así como fue torturado con sadismo y crueldad por sus verdugos, juzgado sumariamente y condenado a la decapitación. Si bien no existía razón alguna para ello, los inquisidores al querer apoderarse de sus cuantiosos bienes, “consideraron” que dichas absurdas acusaciones eran un buen pretexto para deshacerse de el. Desde entonces el lugar donde se ubicaba su propiedad fue el epicentro de una serie de hechos inusuales, como ruidos, voces y visiones de testigos que decían haber visto su fantasma sin cabeza al tiempo que sonaban los cascos de un caballo. En el mismo lugar se erigió luego la citada Quinta Heeren, la cual vivió su esplendor en la primera mitad del siglo XX. Justamente en esa época un acaudalado comerciante japonés de nombre Seiguma Kitsutani quien se dedicaba a la importación de todo tipo de mercadería siendo por ello, el hombre más poderoso de la colonia japonesa en el Perú. Sin embargo, un día perdió su fortuna y con ello su orgullo quedó herido. Por ser una persona de honor, Kitsutani decidió acabar con su vida, realizando el rito del “hara- kiri”, el cual causó gran conmoción en la sociedad de la época. Desde entonces se afirma que el espíritu del japonés sigue paseándose por la casa donde vivió, no dejando dormir bien a quien la habita, haciéndose sentir su presencia, principalmente en las noches, lamentándose por su honor perdido. Sea cierta o no la leyenda, a ver quien se anima a visitarla hoy en día - con lo peligroso que es la zona - si uno no sale vivo de allí no será por los fantasmas, de eso no cabe ninguna duda.