Como cada año durante la Semana Santa, se pone de manifiesto una singular demostración de fe y sincretismo religioso en la que se evidencia las tradiciones y costumbres que identifican a cada región del Perú. Cuando en el siglo XVI llegaron los expedicionarios españoles liderados por Francisco Pizarro, quienes conquistaron el Imperio de los Incas, trajeron también consigo la religión cristiana, la cual se encargaron de expandir en sus nuevos dominios cristianizando a sus habitantes, dando esta tarea a los sacerdotes, quienes para lograr sus propósitos, declararon una guerra contra la idolatría destinada a acabar con la religión politeísta de los Incas, destruyendo sistemáticamente los templos e imágenes de sus dioses, sustituyéndolos por sus propios santos y vírgenes, construyendo en la mayoría de los casos sus iglesias sobre los antiguos centros de adoración indígenas para demostrar con ello el triunfo del cristianismo. Sin embargo, lo que no previeron es que bajo ese fanatismo religioso mostrado por los recién asimilados, se ocultaban sus antiguas costumbres - ahora prohibidas - y es que bajo la devoción que mostraban en sus fiestas y procesiones, lo que en realidad era que seguían adorando a sus deidades ancestrales identificados ahora como santos y símbolos cristianos, dando lugar al sincretismo religioso que perdura hasta el día de hoy. Así por ejemplo, el Señor de los Milagros, protector de la población contra los terremotos en la costa peruana, cuyo culto es muy popular en Lima, se identificó con Pachacámac, una conocida deidad omnipresente en las antiguas civilizaciones que precedieron a la llegada de los españoles; La Virgen María fue asimilada a la de la Pachamama (o madre tierra), como se evidencia en el cuadro La Virgen del Cerro - de autor anónimo - perteneciente a la Escuela Cuzqueña; Por su parte, el apóstol Santiago, que en España es venerado como un santo luchador y fue llamado ‘Matamoros’ por considerarse que había colaborado a los españoles en su lucha contra los musulmanes, fue asociado a Illapa, el dios del rayo, y renombrado como ‘Mataindios’; Diversos historiadores encuentran una asociación entre Illapa y los arcángeles arcabuceros de la Escuela Cuzqueña en cuanto éstos son capaces de hacer fuego con sus armas. Pero aparte de sus templos, los nativos también adoraban a ciertas montañas - denominadas Apus - y les hacían toda clase de ofrendas. Cuando los españoles se dieron cuenta que las montañas eran deidades sagradas para los indígenas, colocaron una cruz sobre ellas, como una forma de imposición de la religión católica sobre las creencias nativas, cruces que hasta la actualidad pueden observarse en varias de ellas. Luego del fracaso de los primeros intentos de evangelización forzosa, los religiosos adoptaron criterios más flexibles y permitieron que el sincretismo se exprese en todas sus manifestaciones. Así, los nativos se apropiaron de símbolos cristianos con el fin de expresar su propia religiosidad. Aparte de ello, utilizaron el calendario eclesiástico, en el cual encontraron varias ‘coincidencias’ con el calendario agrícola. De esta manera, la fiesta de Corpus Christi se fusionó con la del Inti Raymi, celebración inca perteneciente al ciclo agrícola. Durante esta celebración - la mas importante durante el Imperio - el Inca desfilaba en el Cuzco precedido de las momias de sus antepasados; mientras que en la procesión del Corpus, los santos ‘sustituyeron’ a las momias. Otras celebraciones religiosas como La Fiesta de las Cruces o el Qoyllur Riti - entre muchas otras - son también una expresión de ese sincretismo religioso que se da en el Perú. Cabe destacar que no se trata de un fenómeno exclusivo de este país, ya que también se da en otros de la región, cuyos habitantes mantienen muchas tradiciones y costumbres de épocas ancestrales, que siglos de evangelización no han podido erradicar.