TIEMPOS DEL MUNDO

martes, 14 de julio de 2020

TOROCCOCHA: El toro de fuego que custodia un fabuloso tesoro

Cuenta la leyenda que cuando Atahualpa fue apresado por los españoles, ordenó a sus más fieles servidores, trasladar preciados tesoros por caminos tortuosos e intransitables para llevarlos a lugares seguros, los cuales siguiendo las indicaciones del monarca, partieron veloces en diferentes direcciones, siendo perseguidos muy de cerca por los conquistadores. Dos de ellos, luego de una larga caminata, llegaron hasta las alturas de Tarma, donde, viendo que era inútil la fuga, decidieron ocultar el tesoro en una cueva situada en el Cerro Ganchis Janca, rogando al dios Wiracocha por su protección, quien compadecido de la desgracia que envolvía a su pueblo, desató una torrencial lluvia, dando origen a una laguna al pie de la colina, cuyas aguas embravecidas parecían retumbar las montañas más cercanas. Era un día del año 1534, cuando los peninsulares llegaron muy temprano, a lo que ahora es Huasahuasi, en persecución de los fugitivos; en su camino, encontraron a varios nativos a quienes torturaron para obligar a los servidores del Inca, a salir de donde estaban ocultos. Éstos, quienes no estaban dispuestos a sacrificar a sus hermanos, se expusieron ante sus captores y confesaron dónde habían escondido las riquezas acumuladas por Atahualpa. Los españoles de inmediato, los tomaron presos y obligaron a servirles de guía; ante lo cual, los indígenas, los llevaron rumbo al Cerro Ganchis Janca, atravesando zonas escasamente pobladas dada la topografía del territorio y las dificultades climáticas. Al llegar al pie de la colina, los hispanos avistaron la laguna y sacaron cuenta de la dificultad que debían sortear para alcanzar el preciado tesoro; por lo que, lanzando maldiciones, se disponían a desquitarse con los nativos, cuando de repente, vieron que las aguas de la laguna, se tornaban violentas y altísimas, y el eco de sus olas parecían amenazarlos; por lo que llenos de temor, creyendo que se trataba de algún tipo de magia o brujería, decidieron retroceder e ir, en búsqueda de uno de los sacerdotes que habían dejado en el pueblo. Era casi la media noche y había luna llena, cuando los españoles retornaron acompañados de un clérigo, quien se acercó y arrodilló frente a la laguna; y, estando a punto de bendecirla, se oyeron unos bramidos feroces procedentes de la cueva en lo alto del cerro, los cuales, cada vez más cercanos, parecían hacer retumbar las rocas. Enseguida, vieron salir de la guarida, un enorme toro negro, rodeado de una luz intensa, con fuego flameante en sus ojos; ante lo cual, los españoles huyeron despavoridos sin volverse ni mirar atrás. Ante la mirada impávida de los nativos, el toro, con fuerza poderosa y gran velocidad, saltó a la laguna y tras unos minutos de lucha, logró tranquilizar sus aguas, para luego hundirse en lo más profundo sin hacerles daño. Los fieles nativos, agradecidos al dios Wiracocha por haberlos salvado, dieron el nombre de Toroccocha a la laguna. Se dice que a partir de entonces, en las noches de luna llena, cuando la luz de la luna se refleja en la laguna, puede verse un toro ardiendo en llamas salir de sus profundidades y situarse en medio de ella, cual protector de la fortuna que el cerro alberga en sus entrañas.