TIEMPOS DEL MUNDO
martes, 9 de abril de 2024
EL REINO PERDIDO DEL PAITITI: Una búsqueda infructuosa a través de la historia
Para los escépticos, el reino perdido del Paititi no es más que una fantasía, un refugio psicológico de los antiguos cusqueños para depositar la frustración de su derrota. Sin embargo hay otros que no descartan la posibilidad de su existencia real, aportando evidencia tras largos viajes de exploración. El reino del Paititi habría sido un conjunto de ciudades conectadas a la red de túneles andinos, que habrían servido como último refugio a los supervivientes del imperio incaico, cuyo origen se remontaría a la noche de los tiempos. En el Paititi, según el relato de los ancianos de los Andes, vive el Inca Rey soberano Intipchurrin (hijo del Sol) quien hasta hoy reina en silencio, preparándose para restaurar el interrumpido orden del universo. Aquel lugar era la última avanzada que alcanzaron cien años antes de la llegada europea, los ejércitos imperiales del inca Túpac Yupanqui. La difícil geografía y la resistencia de las tribus del lugar llevaron al inca a un tratado con el gran padre (Yaya) señor del Paititi. En memoria de tal acuerdo se erigió una ciudad en la meseta del Pantiacolla, conectada con Paucartambo por siete depósitos de aprovisionamiento (tambos). Al pie de la ciudad se habría construido una laguna negra y cuadrada de la que partía un camino de lajas que la conectaba con ella. La ciudad se encontraba en la naciente de un río que caía hacia un abismo, dando lugar a una exótica cascada. La montaña estaba atravesada de un lado a otro por profundas cavernas con múltiples ramificaciones. Este laberinto formaba parte de lo que los lugareños reconocían como un santuario, por cuanto se veía salir del interior de las grutas a unos hombres muy altos vestidos con túnicas blancas, los primeros guardianes llamados Paco-Pacuris, supervivientes de una civilización altamente desarrollada que se habría extendido en el pasado por toda la región amazónica desde la vertiente de la cordillera oriental hasta la confluencia de los ríos Madre de Dios y Beni en Bolivia, y que habría sido arrasada por una inundación provocada por las ultimas deglaciaciones. La ciudad construida se llamó Paiquinquin Qosqo, que significa la ciudad gemela al Cuzco, y se encontraba al final de un cañón recóndito, en un valle en forma de cono volcánico y con un microclima propio. Según el misionero Francisco de Cale (1686), al Paititi se llega tras 5 días de marcha desde el Cuzco. La gran serpiente Amarumayo, antiguo nombre del río Madre de Dios, se interna en una región temida por los quechuas. Este ofidio imaginario de proporciones descomunales era un dios, cuyo cauce se alimenta de una decena de ríos. Apucantiti es la última gran montaña desde la cual se divisa todo. Aquí empieza el legendario valle prohibido de la luna azul, refugio de los Amaru u hombres serpiente, que emigraron hace más de 500 años, al derrumbarse el imperio del sol. Culturalmente esta región es uno de los países fabulosos de América que incitaron la codicia de los conquistadores. Es así que en su búsqueda salió del Cuzco a mediados del s. XVI la primera expedición española, jefaturada por Francisco de Aquino terminando con muy malos resultados. En 1588 hay otro intento a cargo del hispano Juan Álvarez de Maldonado teniendo un triste final. Al poco tiempo se descubre en la selva cuzqueña, parte de la ciudad incaica de Vilcabamba “La Grande” o la “Gran Vilcabamba”, incendiada y abandonada. Es interesante comprobar el título de “Gran” que se le da a este espacio geográfico, cabiendo la posibilidad que ello responda a una influencia posterior y masónica del s. XVIII. Recordemos que en esta ciudad de piedra se ubicaron doscientos años antes los últimos cuatro Incas, y que la historia los califica como los Incas de Vilcabamba, “rebeldes” ante su decidida actitud contra la invasión española. Ella duro un periodo de casi 70 años, comenzando por Manco Inca quien ataco y resistió durante cuarenta años, continuando su hijo Sayri Túpac quien firmó un tratado de paz en 1561. Esto quedo desconocido a su muerte por su sucesor Titu Cusi Yupanqui, siguiendo la lucha Túpac Amaru I hasta que fuera capturado y decapitado en el Cuzco en 1572. De estos momentos es el reconocido cronista Juan de Betanzos, designado parlamentario por los capitanes españoles antes los Incas de Vilcabamba. Este, según Raúl Porras Barrenechea traslado casi literalmente los cantares épicos del Tahuwantisuyo en su texto Suma y Narración de los Incas (Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial). Al respecto, en 1987 la perseverante historiadora española Maria del Carmen Martín Rubio, en unos muy antiguos archivos de la isla de Mallorca encontró un manuscrito de Betanzos del año 1572, en que precisamente describió la Vílcabamba que conoció. Conviene anotar que en Mallorca hay una vieja provincia y villa llamada “Inca”. Sobre el particular recientemente el arqueólogo peruano Mario Polia con más de treinta años estudiando las civilizaciones pre-hispánicas del Perú, halló en el Vaticano antiguos documentos de sacerdotes misioneros jesuitas que aseguraban haberse relacionado en el s. XVI con gente aborigen de la región del Paititi. Durante el s. XVII el Gran Paititi pasara desapercibido. A mediados de los años 1700 resurgirán nuevamente comentarios de su existencia, sobre todo en el Cuzco. Así cuando la rebelión del mes de mayo del año 1742, en la ceja de selva central y que lidera Juan Santos Atahualpa (de quien se cree tuvo influencia masónica), se sabía “que un primo hermano suyo estaba reinando en el Gran Paitití”, conforme lo trascribe el Dr. Franklin Pease García Irígoyen en su excelente trabajo Antecedentes Mesiánicos al Alzamiento de Túpac Amaru II. En los tiempos siguientes, sobre todo en el s. XIX el Gran Paititi es relacionado con “El Dorado” bajo la visión de encontrar tesoros, lo que atrajo nuevas expediciones. Así, el norteamericano Hiran Bingham por encargo de la National Geographic Society, encontró Machu Picchu cuando estaba buscando el Paititi. En esa misma dirección en 1921, el sacerdote Vicente Cenita Goya, en la selva de Pusharo-Cuzco y en zona “machiguenga” descubrió petroglifos inscritos sobre una inmensa roca de 11 metros de largo y por dos de ancho, sustentando ser “vestigios de una civilización de la que no se tenía noticia”. Fue en esta zona y al año siguiente donde el coronel inglés Percy Fawcett y su hijo Jack, fueron asesinados por los selváticos al pretender ingresar a ella. Cabe precisar que detrás del Santuario Mayor del gran templo inca del Coricancha (templo del Sol), existe una entrada llamada de la gran Chingana, que es un túnel que comunica el santuario con la fortaleza de Sacsayhuamán, situada en las alturas del Cuzco y construida con piedras de varias toneladas. Este túnel fue usado en el siglo XVI, durante la invasión española - que se sumó a la guerra fratricida el Inca Huáscar y el bastardo Atahualpa por el imperio incaico - cuando el príncipe Inca Choque Auqui (Príncipe Dorado) abandono en medio de aquella crisis, el palacio de Amarucancha llevándose la momia de su padre Huayna Capac y una estatua del mismo en oro, que envolvía su corazón momificado, llamado Wauke. El príncipe huyo en compañía de sus maestros (Amautas), archiveros (Quipucamayocs), sacerdotes (Willajs), vírgenes del sol (Acllas), nobles (Orejones) y algunos guerreros, escapando de la inminente invasión de los hombres de Atahualpa. Así, vista en peligro su ciudad, la élite social e intelectual cusqueña habría fundado “otro Cuzco” siguiendo el camino de los antiguos, hacia un oasis de paz para salvaguardar los tesoros de su imperio. Se mantendrían allí, aislados hasta que el orden cósmico fuese restituido, y tanto la sabiduría como el conocimiento transmitido por los dioses volvieran a imponerse. El tesoro guardado en aquella región apartada no estaba formado solo por joyas u oro. Paititi guardaría una estirpe de hijos de dioses, de sacerdotes así como el conocimiento secreto del culto solar. Se oculta allí la historia secular de un pueblo que unió la tierra con el cielo, sintetizando todo el saber de las culturas que lo precedieron. Las crónicas españolas relatan que Paititi fue construido y habitado luego de la caída del Imperio Incaico. El cronista Martin de Maúrtua (Crónica, 1677) relata que una vez dominado el Cuzco, uno de sus habitantes fue interrogado: ¿Dónde está el Inca? -le habría preguntado un español -. El Inca, la corona y muchas otras cosas más -habría contestado- están en la unión del río Paititi y el río Pamara (desaparecidos en el tiempo) a tres días del río Manu. Al respecto, existe un viejo mapa realizado en el siglo XVII en el museo eclesiástico del Cuzco, que fue traducido del quechua por unos misioneros jesuitas. Sobre el fondo del mapa están dibujados ríos y montañas. Alrededor del mapa se lee: “Corazón del corazón, tierra india del Paititi, a cuyas gentes se llama indios: todos los reinos limitan con él, pero él no limita con ninguno”. En el centro y arriba: “Estos son los reinos del Paititi, donde se tiene el poder de hacer y desear, donde el burgués solo encontrara comida y el poeta tal vez pueda abrir la puerta cerrada desde antiguo, del mas purísimo amor”. En la parte inferior derecha: “Aquí puede verse el color del canto de los pájaros invisibles”. Estas frases crípticas forman parte de la leyenda. Hasta la fecha, más de diez expediciones han fracasado en su intento de alcanzar este mítico reino. Aviones y helicópteros que se acercan a la zona sufren con extrañas averías o repentinos cambios de tiempo. Las fotografías satelitales encuentran el lugar con espesas nubes. La zona posee una especial anomalía. Muchas expediciones han recorrido diferentes caminos para intentar llegar al mítico reino. Uno de ellos es el que saliendo del Cuzco, por una carretera se llega a Oropesa luego de pasar por San Jerónimo, más adelante y hacia la izquierda se toma un desvió de carretera afirmada de tierra y piedra que suben en zig zag empinadas cuestas, para luego de muchas horas de viaje llegar a Paucartambo, de allí se desciende desde la localidad de tres cruces por el valle de Cosñipata hasta Pilcopata donde se encuentra parte del camino inca y finalmente a Shintuya, ultimo centro civilizado, en Madre de Dios, formado por una pequeña misión de padres domínicos a orillas del río Madre de Dios. Desde Shintuya se continúa en barcas a motor, y al cabo de cinco horas, se llega a la desembocadura del río Palotoa. A 15 km. de la desembocadura del Palotoa el trayecto a pie empieza. En algún recodo del rió, se llega a una aldea Machiguenga. Es recomendable establecer un campamento en la orilla opuesta a la aldea principal. Para llegar a ella se debe recorrer cerca de dos días. Una vez en ella se debe esperar una autorización para cruzar el rió Siskibenia y llegar a la piedra de Pusharo. Por cierto, Pusharo, es un lugar sagrado donde se encuentra una gigantesca pared rocosa llena de extraños e indescifrables petroglifos que para algunos representa un mapa de la ruta al Paititi. Esta gran pared lítica - que se encuentra en la margen derecha del río Palotoa afluente del río alto Madre de Dios - contiene grabados diversos signos y figuras totalmente desconocidas. Estos petroglifos fueron avizorados inicialmente en 1921, por el domínico Vicente de Cenitagoya; los visito posteriormente el médico y explorador peruano Carlos Neuenschwander Landa, quien cree haber identificado entre esos enigmáticos ideogramas un mándala, quizá de origen sánscrito, el cual se encuentra encerrada en un círculo; el padre Torrealba (1970); y el arqueólogo peruano Federico Kauffmann Doig (1980) entre otros. Desde el punto de vista arqueológico, no hay al presente explicación satisfactoria acerca de los diseños de Pantiacolla, ni correlaciones con otras culturas, se ignora así mismo la edad de estos petroglifos. Sin embargo algunos investigadores creen que representa un medio para llegar al mítico reino de Paititi. En dirección a las nacientes del río Siskibenia, se abre un cañón (Maisnique), que es considerada zona prohibida, ya que en ella viven “los hombres vestidos de blanco”. El cañón tiene una longitud de cuatro kilómetros, de allí hasta la meseta de Panticolla hay casi 45 km. de selva virgen. A los tres días se llega al pie de la meseta de Panticolla, pudiendo observarse la entrada de la caverna en forma de corazón hasta el interior de la montaña. De allí en adelante es tierra prohibida. Según las leyendas, más allá debe hallarse él mítico cerro en forma de puño con cinco puntas, delante otro cerro más, luego las caídas de agua, más allá la laguna rectangular, y muy cerca la ciudad de Pantiacolla centro neurálgico del mítico reino del Paititi. Si bien hace algunos años - de lo que dimos cuenta en su momento - fueron localizados desde el aire lo que parece ser una serie de estructuras piramidales cubiertas por la selva, llegar a ellas por tierra es prácticamente imposible, por lo que el misterio continúa. ¿Serán descubiertas alguna vez?